Por Víctor Bautista
@ViktorBautista
La República Dominicana no caminará por la senda del desarrollo hasta que no otorgue importancia al funcionamiento de la economía en base a un régimen de competencia, que garantice variadas opciones de bienes y servicios para la gente.
La competencia es buena y conveniente, porque estimula la calidad y los precios competitivos, aunque es harto difícil instalar esa cultura en un país en el que una parte del denominado sector productivo no batalla por ganar mercado, sino que procura mantener a un cliente único: El Estado.
Otros solo se empeñan en beneficiarse de concesiones, favores y facilidades que prodiga el Gobierno y que usan para la competencia desleal, el abuso de posición dominante y el monopolio (que no es igual a ser suplidor único por las propias naturaleza de ciertos segmentos de mercado).
Los menos son empresarios auténticos, inteligentes, estrategas, que cosechan el éxito sobre la base de la visión y el esfuerzo propios, sin obviar la necesidad de presionar por un entorno de negocios y un clima de inversión predecibles, limpios y justos.
La otra cara de la moneda está en la protección de los derechos fundamentales de los consumidores y usuarios, que tiene rango constitucional. Aparte de la Constitución, contamos con bloques de leyes adjetivas y normas concebidas para amparar a los ciudadanos cuando reciben un servicio o un bien por el que pagan.
Proconsumidor, vigilante del mercado en general; Protecom, en los servicios de electricidad; el Centro de Atención al Usuario (CAU), en telecomunicaciones; ProUsuario, en los servicios financieros y la DIDA, en la seguridad social, son instancias que existen para garantizar los derechos a los que nos referimos.
Esas instituciones deberían ser financiadas al mayor nivel para que cuenten con personal capacitado, capital técnico y tecnológico que las lleve a un trabajo eficiente. Es una combinación virtuosa lo que debemos auspiciar como país: un verdadero régimen de competencia y un poderoso bloque protector de los derechos de los consumidores y usuarios.
¿Soy utópico? Si. Lo soy. Como diría un viejo amigo: no me resigno a luchar por construir mi utopía pese a las frustraciones.