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Por Horacio Nolasco

Altice

Visitar el Yankee Stadium es algo que me ha producido una impresión pocas veces sentida en mi vida.

Como jugaban los Marineros de Seattle entendí que no estaríamos a todo dar, pero que va, salen gente de todas partes, como de cuevas más bien cuando se desmontan del tren, con todos los bares y restantes de la zona atestados de gente una hora antes de comenzar el juego. Los fanáticos de palcos son blancos, que en su gran mayoría residen en Bajo Manhattan (incluso estaba de visita el gran Steven Spielberg).

De entrada hay unas filas larguísimas, 46,047 fanáticos que abarrotaron el estadio, y llama la atención lo rápido que se accede dentro del complejo deportivo. El orden y el civismo destaca en todas las actividades (nadie empuja, nadie le quita turno a nadie, no obstante ser New York una ciudad de mucha gente con civismo, pero mal educados, pues nadie dice hola ni buenos días en gran parte de esta ciudad).

En mi vida dos cosas ajenas a mi entorno me han producido un sentimiento de casi llorar de emoción: visitar el Santo Sepulcro en Jerusalén y ver por primera vez los objetos de Babe Ruth. Cada vez que lo digo me erizo, ver esa camiseta sucia, con una tela parecida a los sacos de harina vacíos de los 70 en RD, y sus demás objetos. Ruth es el Santo Grial del Béisbol, en fin que no me interesó más nada del museo. Duré casi 10 minutos en mi primera comunión con El Bambino.

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Es complicado lo relativo a las medidas de los jardines. Ha de ser difícil para un jardinero visitante por las dimensiones de la pared. Lo abrupto del paso de un 318 en la esquina del left a un 399 left-center. Quizás los que alguna vez hemos jugado OF en nuestra vida podemos entender lo complicado de las dimensiones.

Los fanáticos en su gran mayoría son ignorantes de los fundamentos e incidencias del juego. Van cada rato al estadio y no se dan cuenta si un batazo pude ser imparable o atrapado, foul o en zona buena. Eso indica que en todas partes es igual, un estadio atestado de seguidores del juego, pero pocos lo conocen a la perfección.

Ir al Yankee Stadium es un lujo. El que compra una taquilla de 20 dolares ve los jugadores del tamaño de un muñequito. Si usted no paga sobre los 125 dolares no va a ver un juego de pelota, sino un espectáculo. Una cerveza cuesta 15 dolares, un combo de pollo con papas, una verdadera comida chatarra, 30 dolares. Para ver un juego de pelota de manera decente y tomarse par de frías hay que contar con 200 dolares. Una pareja ubicada en segundo piso paga el equivalente al salario promedio de un hispano en una semana. Una taquilla de palco en este estadio es similar al costo de tres temporadas de serie regular en el mismo sitio en el Estadio Julián Javier.

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Hay una gran diferencia entre el Yankee Stadium y nuestro béisbol. En la Casa de los Baby Bombers se va a ver un espectáculo que incluye el juego de béisbol. Es un evento que a las 9.30 ni cuenta me había dado de la hora, gracias a las tantas cosa que te ofrece el estadio. En RD solo vas a ver el juego, con un espectáculo cuyo único atractivo es el juego y seis muchachas bailando casi desnudas. Lo relativo al espectáculo lo debemos copiar, incluyendo un anuncio carísimo en Time Square cada tres minutos invitando a ver la serie del 2 al 4 de julio en el estadio.

Lo más desagradable de todo fue lo sucedido después del jonrón de Gary Sánchez para empatar el partido en el octavo episodio. Los gringos babean con cada flaicito de Aaron Judge, sin embargo pareció que fue un jugador de la banca que disparó un cuadrangular en un juego 10 a 1. Sin empatar no se gana y no se hubiera producido el estacazo ganador de Stanton. Para Sánchez y Luis Severino ser populares entre los fanáticos blancos y ricos de los Yankees tendrán que romperle el colon a medio Dawn Town.

Ir al Yankke Stadium es un privilegio, disfrutar de ese gran espectáculo es algo sencillamente impresionante.

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