JUAN DIEGO QUESADA
elpais.com
Nayib Bukele ha exhibido este sábado un inmenso poder en su toma de posesión. Después de que el presidente de El Salvador jurara un nuevo mandato con la mano izquierda posada en un ejemplar de la Constitución y se enfundase la banda presidencial, las fuerzas armadas desfilaron a paso firme por la misma alfombra roja que poco antes habían cruzado los reyes y los jefes de Estado extranjeros que acudieron al evento. Bukele hacía el saludo militar con gesto grave desde el balcón del Palacio Nacional, un edificio neoclásico levantado en pleno centro histórico de San Salvador, la capital. Enfrente, le observaba en silencio la estatua ecuestre de bronce del héroe nacional Gerardo Barrios, invadida de palomas. En sus primeras palabras, el mandatario hizo continuas referencias a la gloria de Dios y después aseguró que este es un momento de catarsis para él y para la nación que dirige: “Es el momento más importante de nuestra historia reciente”.
Bukele ha vivido un día de emociones desbordadas y ese ánimo ha permeado su discurso. Antes de que se asomara al balcón, una voz en off aseguraba por los altavoces que se trata del líder más influyente y popular de América Latina, al que se le conoce como el presidente milenial o el presidente cool. “Bukele ha puesto a El Salvador en la agenda mundial”, repetía la voz de barítono que salía de la nada. Entonces apareció él con una chaqueta de corte napoleónico y acabados dorados. No quiso en ningún momento rebajar el nivel de excitación. Dijo que durante su primer mandato de cinco años ha obrado “un milagro” y ha dado pie a una nueva era que ha partido el tiempo en dos, en un antes y un después de su llegada al poder. Su esposa, Gabriela Rodríguez, es “la mejor “primera dama que ha habido nunca” y la nación centroamericana, “la más segura del hemisferio occidental”. Un pastor argentino que predica por televisión, Dante Gebel, le dijo más tarde, mirándole a los ojos, que iba camino de convertir El Salvador en “el mejor país del mundo”.
En primera fila, en sillas transparentes sobre las que la organización había dejado abanicos para espantar el calor, le escuchaba Felipe VI, el Rey de España, quien recibió la mayor ovación. Cerca de él, Daniel Noboa, el presidente de Ecuador, y, más allá, Javier Milei, el mandatario argentino. Un día antes, los tres mantuvieron reuniones privadas con Bukele, que arranca un polémico segundo mandato presidencial que, en teoría, prohíbe la ley. Sin embargo, el control y la influencia que ejerce el presidente sobre las instituciones salvadoreñas han allanado su reelección. Bukele goza de una gran popularidad por su exitosa guerra contra las pandillas, a las que ha desactivado por completo. Para lograrlo ha conseguido que el Congreso, que controla su partido, apruebe constantes regímenes de excepción que dota de amplios poderes a los militares y a los policías y se los hurta a los ciudadanos, lo que ha provocado un deterioro de los derechos humanos en el país.
Controlada la seguridad, Bukele ahora debe hacerse cargo de la economía. Los niveles de pobreza han aumentado y las cuentas del Estado no cuadran. Hay que pagar la deuda de las pensiones y solventar los pagos a los inversionistas. La capital se ha llenado de construcciones faraónicas que ahora toca amortizar. El presidente dijo que este será su principal propósito y que para eso necesitará, en primer lugar, “la guía de Dios”. En segundo, un trabajo incansable y, en tercero, “que el pueblo defienda a capa y espada cada una de las decisiones que se tomen”. “El mundo entero ha puesto sus ojos en El Salvador, así de grandes han sido los resultados. Podemos hacer lo mismo, pero ahora con la economía”, añadió. A continuación, pidió a todos los presentes que levantaran la mano y juraran “defender incondicionalmente este proyecto de nación”. “Siguiendo al pie de la letra cada uno de los pasos, sin quejarnos”, acabó esa idea.
Bukele ha recibido fuertes críticas por su forma autoritaria de gobernar. Suele decir que no le importan las opiniones externas, pero la realidad es que el asunto le altera. Hoy insistió varias veces en que El Salvador es “un país libre y democrático” por mucho que diga la oposición. Es más, ha sido reconocido por “el cien por cien de los países del mundo”. El país sin violencia que ha logrado “es el legado más grande de la historia y toca protegerlo como un león”.
Desde fuera no ven en términos tan eufóricos el momento actual del país. “En su primer mandato, el presidente Bukele puso a El Salvador al borde un estado policial. Bukele hoy controla absolutamente todos los poderes de Gobierno y sus fuerzas de seguridad detienen a ciudadanos de forma discrecional y sin ninguna garantía de debido proceso”, explica el subdirector de la División de las Américas de Human Rights Watch (HRW), Juan Pappier. “Es entendible que muchos salvadoreños celebren que la atroz violencia criminal de las pandillas ha disminuido notablemente. El mayor riesgo es que, en un segundo mandato, Bukele utilice todo el andamiaje jurídico creado contra las pandillas para detener, procesar y acosar aún más a periodistas, críticos y opositores”, agrega.
Esa preocupación la comparte el juez Juan Antonio Durán, muy crítico con la deriva del sistema de justicia, donde observa que la carga de la prueba ahora recae en el acusado, que debe demostrar su inocencia de lo que le adjudican las autoridades. “La investidura de hoy es la consolidación de una dictadura”, señala Durán sin rodeos, molesto porque haya sido reelegido pese a las barreras constitucionales. Y prosigue: “Es la entronización de un populista que se disfrazó de demócrata, pero que ha violado reiteradamente los derechos humanos”. Bukele considera que estas son las críticas injustas de sus enemigos, que no valoran lo que ha logrado. En cualquier caso, El Salvador está en sus manos y va a ser así al menos otros cinco años. Nadie le hace sombra a Bukele.