Por: Agustín Perozo Barinas
«El mismo que sonríe en la foto no busca tu opinión, solo tu voto». Lírico
Iniciemos con dos frases conocidas:
1- La política es el arte de lo posible
2- En política se hace lo que conviene
Los que desconocemos a fondo la tarea de los estrategas políticos podríamos escandalizarnos con ambos enunciados.
En la República Dominicana se establece que un 40% del electorado no es partidario (‘partidario’ es el que sigue a un partido, también a una idea, persona o movimiento) y que el voto duro (o sea, ‘partidista’: aquel que antepone los intereses de su partido a los generales), de un partido puntero, no excede un 15% del electorado. Nada nuevo.
En los escenarios políticos, que pueden modificarse, estos estrategas construyen figuras políticas en respuesta a los perfiles que la gente demanda en un ciclo dado. Incluso, con metodologías y técnicas del oficio, pueden revertir la tasa de rechazo de un candidato la cual no debe superar un 26%.
Impresiona el número de ciudadanos aptos para votar que aborrecen la política, por decirlo suave. Sin embargo, en picos inflacionarios que disparan los precios de casi todo, lo primero que viene a la mente para señalar y culpar es, ¡oh, sorpresa!: a los políticos.
Y surge entonces la pregunta, ¿por qué votamos por políticos cuestionados, algunos reciclados? Decidimos consultar a varios autores quienes han versado sobre el tema:
Iniciamos con Martin Krause, quien nos ilustrará desde La Escuela de la Elección Pública, en un análisis económico de la política: “Ningún votante define el resultado de una elección; el incentivo es entonces muy débil como para estar informado. Es decir, mi voto es uno entre millones. Vote o no vote el resultado será el mismo. Se le llama a esto «apatía racional». Señalando que por esa misma razón, los votantes tampoco gastan mucho de su tiempo en conocer y comprender las principales teorías de las ciencias sociales y terminan adoptando todo tipo de juicios irracionales para explicar la realidad social. El votante disfruta del procedimiento, pero no necesariamente presta atención del contenido, es decir que toma una decisión en base a un proceso que le hace sentir bien, pero no porque ha hecho un esfuerzo racional para elegir las políticas correctas”.
Para Bryan Caplan, en «El mito del votante racional», este fenómeno explica también porqué la discusión política no apela a la razón sino a los sentimientos, con eslóganes simples que conmuevan pero no necesariamente que hagan pensar.
Y continúa Krausse: “Si es cierto que mi voto no decide una elección, que es uno entre millones y por lo tanto habrá un resultado al margen de mi propio voto, ¿porqué la gente se molesta en ir a votar? Académicos de esta Escuela han tratado de resolver la paradoja introduciendo otros factores en las “funciones de utilidad” de la gente. Es decir, han modificado la parte del “beneficio” en el supuesto cálculo de beneficios y costos que realiza todo individuo cuando actúa”. Quien ha sido beneficiado por un partido que ha gobernado, o el que espera beneficiarse si tal o cual partido llega al poder, tiene razones crematísticas para votar a su favor.
Por su parte, Anthony Downs, en «Una teoría económica de la democracia», sugería la existencia de un “sentido de responsabilidad individual” respecto al funcionamiento del sistema político. La gente votaría porque han sido educados en que su participación como votante es una condición necesaria para el buen funcionamiento de la democracia; que una alta participación es un fin en sí mismo. Al hacerlo, participan voluntariamente en la provisión de un “bien público” del cual no participarían si fueran estrictamente ‘homo economicus’”.
Geoffrey Brennan & Loren Lomasky, en «Democracia y decisión: La teoría pura de la preferencia electoral», plantearon que esa conducta era, en verdad, racional. Participar en una elección como votante es una forma “barata” de mostrar compromiso social. Es más, esto explicaría porqué ciertos votantes hasta votan contra lo que parecerían ser sus propios intereses.
Concluyendo con el economista James Buchanan, en «Elección individual al votar y el mercado», planteaba la posibilidad de que la elección de votar diera a las personas un mayor sentido de participación en la toma de decisiones sociales. La moderna economía de la conducta confirma esto, como una demanda por un sentimiento de participación y ser respetado.
Estos son algunos de los razonamientos, entre otros más. Los políticos avezados que ya han ejercido posiciones de poder público conocen estos estudios y en su lógica aplican la máxima de que: “El poder no se cede”, o sea, el espacio político conquistado. De ahí, en parte, el bloqueo impuesto por los líderes al ascenso de competidores dentro de los partidos y en consecuencia, el reciclaje resultante de políticos que ya alcanzaron altas posiciones en el Estado.
La República Dominicana es una gran recicladora de políticos donde, incluso, se traspasa esta dinámica de generación en generación. Hay familias políticas cuyo afán no es necesariamente servir al país sino servirse de este, aunque se argumente lo contrario. Y el mejor ejercicio para aclarar la disputa es simple: ¿con qué patrimonio se llegó a la posición y con cuál se salió de la misma? También, tiempo servido y monto de la pensión. Y, como corolario, cantidad de viajes realizados al exterior con fondos públicos durante el ejercicio en funciones. Un buen auditor tendría aun más inquietudes…
Como vemos, mientras prevalezca el ‘síndrome del votante borrego’ el circo continuará. Pero quizá haya esperanza con el acceso a más información entre la gente, como nos sugiere Ani Petrosyan en Statista: “La población digital mundial en enero de 2023 era de 5,160 millones de usuarios de la Internet, lo que representa el 64.4% de la población mundial. De este total, 4,760 millones, o el 59.4% de la población mundial, eran usuarios de las redes sociales”.
De acuerdo con el alto funcionario del Pentágono, Craig Martell, director de Inteligencia Digital y Artificial del Departamento de Defensa de EE. UU., los modelos de lenguaje de IA generativa, como ChatGPT, plantean un “problema fascinante”, ya que no entienden el contexto, pero hablan con autoridad, por lo que las personas toman sus palabras como un hecho. “Aquí está mi mayor temor sobre ChatGPT: ha sido entrenado para expresarse con fluidez. Habla con fluidez y autoridad. Así que te lo crees incluso cuando está mal”, explicó Martell. “Y eso significa que es una herramienta perfecta para la desinformación”, ha resumido, advirtiendo que actualmente el Pentágono carece de herramientas para poder detectar cuando “eso está sucediendo”.
Con el auge de la inteligencia artificial la gente podría tener una herramienta adicional a los buscadores digitales para ampliar sus conocimientos e independencia de criterio, desarrollar el pensamiento crítico, luchar contra el autoengaño y dejar de ser tontos útiles. Recordemos que la prensa no siempre es independiente. Esto no perturba a la vieja escuela política dominante y el enlace siguiente del venezolano Rafael Gallegos Castro explica las razones: http://petroleumag.com/blog-581-brutalidad-artificial/
Su coterráno Roberto Hernández Montoya lo simplifica: “Hay una ecología de la imbecilidad. Solemos identificar inteligencia con racionalidad, lo que no siempre conviene. La brutalidad se construye. Con método, como el fracaso. Se ha descubierto por otro lado que la inteligencia artificial es más artificial que inteligente. Peor: es desarrollada por grandes corporaciones. Pero es una antinomia porque la inteligencia artificial es generada por la natural”. Un anciano agricultor, letrado, sabio y afable, nos comentó: “Cuando la inteligencia natural o artificial me produzcan una uva sin la vid, solo entonces quedaré en extremo impresionado”.
Como espectadores, cuya capacidad de asombro sigue a prueba, exponemos con el soporte de los citados. ¿Qué relación guarda la inteligencia artificial con un votante? Algo similar al surgimiento de la Internet, sus buscadores y las redes sociales: son herramientas con potencial para educar o para desinformar, según su uso. El predominio de una sobre la otra definirá el progreso integral hacia mejores o peores sociedades.
No discriminemos por raza, sexo, religión o situación social, sino por el nivel de estupidez. Y a pesar de sus limitaciones intelectuales y vacíos formativos no subestimemos la determinación de la gente llana en ciertos episodios en la historia de los pueblos impulsada por la intuición y el sentido común. Ese vulgo al que Juvenal dedicó su frase: «Dales pan y circo y nunca se rebelerán».
Octave Mirbeau sabía de borregos, aunque usó un término más sutil: cordero. En la República Dominicana estos sostienen su realidad social sin rebeldía entre sus mayorías. Y de ahí concluimos con el mismo Mirbeau: «Los corderos van al matadero. No se dicen nada ni esperan nada. Pero al menos no votan por el matarife que los sacrificará ni por el burgués que se los comerá. Más bestia que las bestias, más cordero que los corderos, el elector designa a su matarife y elige a su burgués. Ha hecho revoluciones para conquistar ese derecho».
Autor del libro socioeconómico La Tríada II en Librería Cuesta.