Nada en su trayectoria hacía prever el destino extraordinario que le reservaba la Providencia a Jorge Mario Bergoglio, aquel 13 de marzo de 2013, cuando fue elegido como el papa número 266 de la Iglesia católica.
Este lunes, el Vaticano confirmó el fallecimiento del papa Francisco a los 88 años de edad, mediante un comunicado difundido a través de su canal oficial en Telegram.
El deceso ocurrió a las 7:35 a. m. (hora local) en su residencia de la Casa Santa Marta, apenas un día después de su última aparición pública durante la misa de Pascua en la Plaza de San Pedro.
“Queridísimos hermanos y hermanas, con profundo dolor debo anunciar la muerte de nuestro Santo Padre Francisco”, expresó el cardenal Kevin Farrell al leer el comunicado oficial.
Toda su vida, señaló el Vaticano, estuvo dedicada al servicio del Señor y de Su Iglesia, marcando una era de reformas, diálogo interreligioso y cercanía con los más vulnerables.
El pontífice había sido dado de alta médica el pasado 23 de marzo, tras pasar 38 días ingresado por una neumonía bilateral grave que lo mantuvo bajo observación intensiva.
Según medios italianos como La Repubblica, la causa de muerte habría sido un derrame cerebral, aunque aún no se confirma si fue de tipo hemorrágico.
Fuentes médicas citadas por ese diario aseguran que el papa murió “pacíficamente”, y que su fallecimiento no estaría directamente relacionado con los problemas respiratorios previos.
Corriere della Sera adelantó que la Santa Sede publicará en las próximas horas una nota oficial con el parte médico definitivo, y que a las 20:00 (hora local) se realizará el acto litúrgico de constatación de la muerte.
Jorge Mario Bergoglio fue el primer papa jesuita, el primero proveniente del hemisferio sur, y el primero en adoptar el nombre de Francisco, inspirado en San Francisco de Asís.
Durante su papado, se destacó por su enfoque progresista, su llamado a la fraternidad humana, la justicia social y la protección del medioambiente.
En sus últimos años, enfrentó diversos problemas de salud, incluyendo dolencias en la rodilla y la espalda, que lo obligaron a usar silla de ruedas, y una caída en diciembre que le provocó un hematoma en el cuello.
A pesar de las limitaciones físicas, mantuvo una intensa agenda pastoral hasta sus últimos días, lo que lo convirtió en una figura global de gran influencia tanto dentro como fuera del ámbito religioso.
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