Por Víctor Bautista
@ViktorBautista
Los presidentes dominicanos suelen cometer el error de no evaluar objetivamente el desempeño de los principales funcionarios y ni un método han procurado para esos fines -quizás de terceros expertos- para determinar si ha valido la pena poner las instituciones estatales en manos de determinadas personas.
En el prolongado modelo clientelar que define el quehacer del Estado, la lealtad política y la relación primaria pesan más que cualquier otra cosa. De ahí la tolerancia para gente que en su vida jamás ha administrado ni una paletera y hoy se encuentra tomando decisiones complejas en términos de finanzas, comercio, producción y gestión de capital humano.
Hay que entender que cada partido ara el terreno del gobierno con los bueyes que tiene, porque ignorar esto se traduciría en una hecatombe, un movimiento de masas que se llevaría la paz del gobernante, atentando hasta contra el orden público y la estabilidad social.
A mediano plazo, en el contexto de una reforma política, los partidos deberían auspiciar la formación de su gente en temas gerenciales y de estrategia para crear reservas, perfiles idóneos que aporten soluciones desde el Estado con creatividad e innovación. Es dar paso a la meritocracia.
Doce meses de gobierno se cumplen próximamente y el tiempo es suficiente para exhibir resultados concretos. Creo que la gestión de Luis Abinader los tiene, pero no debe dormirse en sus laureles con las instituciones que no han podido arrancar y cuyos incumbentes andan lanzando patadas voladoras para tratar de quedar bien.
El problema es que la realidad se podrá camuflar algunas veces, pero al final de los procesos ella brota y suele traer consigo crisis, a veces intempestivas o de tormenta perfecta. Para entonces no es solo tarde, sino que la gestión asume una posición defensiva en medio del desgaste natural de todo gobierno.
Llegar al primer año de gestión debería ser para Luis Abinader un parteaguas que separe el trigo de la paja, desmontando a los ineptos, a quienes han dado señales antiéticas, ventajistas, mentirosos, maquillistas de resultados, exhibicionistas huecos cuyos logros solo descansan en las relaciones públicas baratas y de pacotilla. Si Abinader no asume eso con valentía, estaría acumulando pasivos que deberá pagar muy caros al final de la gestión.