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Por Rafael Méndez

Altice

Por eso, Gordo, no puedo evitar imaginar tu sorpresa si estuvieras hoy entre nosotros. Te confieso que también comparto tu posible perplejidad ante la reciente postura de Lula, tu entrañable amigo, quien en un giro inesperado vetó el ingreso de la República Bolivariana de Venezuela en el BRICS.

Carta a José Oviedo Landestoy, mi Querido Gordo Oviedo

De: Rafael Méndez

Camarada:

 Hoy me siento impulsado a dirigirme a ti como si aún estuvieras entre nosotros, porque es imposible no recordar tu voz enérgica y tu mirada encendida cuando hablabas de la Revolución Bolivariana. Fuiste un convencido de los ideales de justicia social y dignidad que encarnaba el comandante Hugo Rafael Chávez Frías.

Incluso antes de que Luis Inacio Lula llegara a la presidencia en Brasil, ya tú le dispensabas un cariño y respeto especiales. Como diplomático, tejiste puentes entre nuestros países, y siempre hablaste de Lula con una devoción que traspasaba lo político, era un lazo de amistad y fe en un proyecto común de un mundo más justo para América Latina.

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Por eso, Gordo, no puedo evitar imaginar tu sorpresa si estuvieras hoy entre nosotros. Te confieso que también comparto tu posible perplejidad ante la reciente postura de Lula, tu entrañable amigo, quien en un giro inesperado vetó el ingreso de la República Bolivariana de Venezuela en el BRICS. ¿Qué dirías tú al ver cómo, en nombre de una supuesta desconfianza hacia el gobierno del presidente Nicolás Maduro Moros, Brasil dejó fuera del grupo a un país que siempre ha defendido con vehemencia?

Sé que hoy, viendo desde otra perspectiva, te preguntarías cómo puede ser que el líder que un día soñó con una América Latina unida haya optado por una decisión que tantos interpretan como un acto de distanciamiento. Para ti, la Revolución Bolivariana era un faro en el camino, un ejemplo de resistencia frente a los embates externos. Y es que, Gordo, siempre fuiste de los que defendían la solidaridad sin titubeos, aquellos valores de lucha que, como tú decías, no entienden de cálculos diplomáticos ni de presiones internacionales.

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Quizá te susurraría, en este punto, que aunque hoy el panorama se vea confuso, tu espíritu y tu legado aún resuenan entre quienes creen en la justicia y la soberanía de los pueblos. Esa fe que tenías en el proyecto de una América Latina libre y soberana no ha muerto; al contrario, sigue latiendo en cada rincón donde hombres y mujeres defienden su derecho a la dignidad.

Es como si este artículo-carta fuera más que una despedida: es un recordatorio de que, aunque tú ya no puedas alzar la voz en defensa de los ideales bolivarianos, tu convicción sigue viva. La lucha, como tantas veces dijiste, no es una línea recta. A veces duele, a veces se pierde en el camino, pero siempre, Gordo, renace.

Hasta siempre, querido amigo.

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