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Un gobierno es popular cuando representa y actúa a y en favor de las mayorías. Cuando este emana del pueblo, trabaja por el pueblo y se sabe enteramente debido al pueblo, empleado y dependiente del pueblo. Ahí reside la esencia de la inmortalizada frase de Abraham Lincoln de su discurso en Gettysburg, aún mas, es la mejor e incuestionable descripción de la democracia actual.

Altice

Un gobierno es “populista” cuando finge ser popular y responde a los intereses de los pocos, de las oligarquías y de los sempiternos intereses foráneos.  Es la quinta esencia de las dictaduras de nuestros días.

Los gobiernos populares, vale decir los democráticos, requieren de por lo menos una de estas dos condiciones sociales para existir:

A)      Un Estado sustentado en sólidas instituciones ya democráticas.

B)      Un pueblo enteramente comprometido con la instauración de un Gobierno Popular.

En cuanto a la primera es preciso aclarar que las instituciones sólidas requeridas deben de ser ya democráticas y actúan como apoyo o soporte de las democracias ya establecidas. No están en la génesis del estado democrático sino más bien son las que apoyan y reclaman gobiernos democráticos.  Puesto que es justamente la ausencia de estas instituciones es que define las dictaduras.

Más sobre la segunda si podemos afirmar que es la causa y razón de ser de las sociedades democráticas.  Cabe preguntarse ¿cómo, entonces, pasamos de un estado al otro? Para ello basta observar donde están los apoyos de las dictaduras y quienes las mantienen.

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En América Latina las dictaduras o ausencia de democracia son por regla general, derivadas del régimen colonial. Las potencias coloniales y las oligarquías nacionales negociaron, paso seguido a las independencias, la distribución de los beneficios sociales y económicos.

Los criollos recibieron el control político nominal y cedieron gran parte de los beneficios económicos. Por supuesto beneficios económicos reales y aquellos correspondientes a las grandes mayorías, al pueblo.

Lo anterior conllevó a la aparición de grandes poblaciones desprovistas de todo, absolutamente de todo y humanamente amorfas. Paralelamente una camada de gorilas económicos y militares se conformó como opción para administrar en función de los establecido a las hibridas sociedades, a las cuales erróneamente seguimos llamando republicas.

 “La Colonia persiste por lo tanto la Republica es una ficción”. La cita es del ilustre Juan Isidro Jiménez Gullón referencia que hace a la sociedad dominicana del siglo pasado y que se empeña en describirnos por sécula secolrum.

Visto lo anterior y en conclusión podemos entender que si un gobierno quiere ser popular debe hacer todos los esfuerzos posibles para coadyuvar a la creación de un estado democrático que permita su existencia. Esta realidad nos plantea dos escenarios que han de tener lugar necesariamente.

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En el uno se debe desarrollar la transformación de las instituciones coloniales vigentes, tales como: la Educación, Policía, Fuerzas Armadas, Salud Pública, Justicia y las instituciones Financieras, entre otras.

El segundo escenario ocurre en el desempeño de nuestras relaciones internacionales que debe ser tendente a preservar los intereses nacionales y a la interacción plural y horizontal con las demás naciones.

La mirada a las instituciones va dirigida a nosotros mismos, hacia lo esencial, hacia la creación de una conciencia individual y colectiva de sí y para sí. Es el clásico ¿quiénes somos? Mientras que la mirada a las relaciones internacionales apunta a saber y decidir a quienes servimos.

 La Enmienda Pla, el acuerdo Hay-Bunau-Valera y las concesiones de Don Pancho Peynado nos revelan la génesis de la dependencia y la perpetuación de las dictaduras coloniales, de nuevas caras, imperantes en América Latina.

Por tanto, el tránsito hacia sociedades democráticas requiere por una parte de una generación dispuesta a pagar el, a veces muy elevado, precio de la independencia y del derecho a vivir con dignidad, y del otro lado una camada de políticos serios y sinceramente comprometidos con el pueblo a quienes gobiernan.

Por Carlos Michelen

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