POR: JUAN PABLO BOURDIERD – Periodista. Reside en Santiago Rodríguez.
El Día Internacional de la Democracia se celebra cada 15 de septiembre, y fue proclamado por las Naciones Unidas en el año 2007. Esta fecha busca promover y consolidar los valores democráticos en todo el mundo, resaltando la importancia de la participación ciudadana, los derechos humanos y el estado de derecho como pilares fundamentales para la paz y el desarrollo sostenible.
La República de Venezuela es el ejemplo de América Latina, con su presidente, Nicolás Maduro (nacido el 23 de noviembre de 1962). Comenzó su carrera política como sindicalista en el sistema de transporte público de Caracas. Se unió al movimiento izquierdista y fue cercano a Hugo Chávez, quien lo nombró ministro de Relaciones Exteriores en 2006. En 2012, fue designado vicepresidente de Venezuela, y tras la muerte de Chávez en 2013, asumió la presidencia interina. Posteriormente, ganó las elecciones de ese año, consolidándose como presidente.
Con la llegada a la presidencia de Nicolás Maduro, indudablemente la crisis económica y política en el país se ha incrementado a niveles jamás vistos. Pero cada quien o cada Estado tiene lo que merece; los venezolanos no podían pretender que de un camionero o un sindicalista del transporte público iban a tener un buen presidente. Solo era cuestión de tiempo, o mejor, “Crónica de una muerte anunciada”.
En verdad, de Maduro no era de esperar muchas cosas fructíferas y positivas para Venezuela, porque heredó un gobierno distorsionado por la dictadura del expresidente Hugo Chávez. Nadie debe tener dudas de que Nicolás Maduro, desde antes de asumir la presidencia del país bolivariano, estaba diseñando su traje especial de dictador, que lleva puesto desde hace años, reprimiendo y castigando a sus hermanos.
Los presidentes tienen una característica muy especial: sus asesores están alineados con la dirección en que vaya la cabeza. Si el jefe va mal, ellos están peor que él, no porque realmente lo estén, sino porque necesitan preservar su vida. Pero hay algo más que se ha comprobado a lo largo de la historia: los dictadores no entregan el poder por las buenas; hay que tumbarlos a la mala, a plomo limpio.
Por pura casualidad, la frase “El poder no se entrega, se arrebata” es comúnmente atribuida al venezolano Carlos Delgado Chalbaud, quien la habría dicho en 1948 cuando formaba parte de la junta militar que derrocó al entonces presidente Rómulo Gallegos en Venezuela. Aunque no existen registros verificables de que él sea el primero en decirla, es evidente que los venezolanos enfrentan un futuro difícil. El dictador no entregará el poder de manera pacífica; si desean su libertad y que unos siete millones de habitantes regresen a su tierra para recuperar su economía y libertad, el camino será pedregoso.
A lo largo de la historia, varios dictadores y presidentes han sido depuestos o forzados a dejar el poder a través de golpes de estado, revoluciones o intervenciones militares. Entre los ejemplos más destacados se encuentran:
Adolf Hitler (Alemania) – 1933-1945
Saddam Hussein (Irak) – 1979-2003
Muamar Gadafi (Libia) – 1969-2011
Nicolae Ceaușescu (Rumania) – 1965-1989
Jean-Claude Duvalier (Haití) – 1971-1986
Hosni Mubarak (Egipto) – 1981-2011
Manuel Noriega (Panamá) – 1983-1989
Fulgencio Batista (Cuba) – 1952-1959
Augusto Pinochet (Chile) – 1973-1990
Francisco Franco (España) – 1939-1975
Anastasio Somoza Debayle (Nicaragua) – 1967-1979
Zine El Abidine Ben Ali (Túnez) – 1987-2011.
Estos ejemplos demuestran lo que son capaces de hacer a una nación, donde viven sus propios hermanos. Por eso se les considera caudillos, dictadores, e incluso algunos todavía los llaman revolucionarios o comunistas. Pero mientras ellos viven bien, el pueblo es millonario de lombrices, en sus casas de cartón. No basta con rezar cuando el pueblo tiene que migrar para no morir de hambre. Hoy, Venezuela clama por su libertad.