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Por Ramón Alberto López Ynoa

Altice

El comportamiento político, al igual que otras formas de comportamiento humano, puede explicarse por ese arraigo individualista que tienen las personas de buscar lo que entienden les reporta mayores beneficios en lo personal aunque para ello deban renunciar a principios y compromisos políticos previos que suponen ya no les benefician como antes.

Alrededor de los partidos políticos se aglutina la gran masa de electores que espera cambie su situación social y económica con la llegada al poder de la organización que haya sabido sintonizar con sus esperanzas independientemente de su orientación ideológica, y es a partir de estas premisas que toda organización política, que en un determinado momento se encuentre en condiciones que no les son favorables ante la sociedad, particularmente, ante aquella franja de electores que decide quiénes serán sus gobernantes, se enfrenta al desafío de lograr variar la percepción que se pudiera tener de que no representa una carta de triunfo en lo inmediato y hacer cambiar la impresión de que sus capacidades electorales son insuficientes para llegar al poder.

En esta circunstancia es cuando se mide la capacidad del liderazgo partidario, y precisamente, los líderes surgen en tiempos difíciles, cuando hay tormenta, no cuando los vientos soplan a favor, y es la capacidad para sortear las dificultades del momento la que definirá si lo es o no lo es. No es suficiente con tener un ego sobredimensionado pensándose y creyéndose líder, aunque no lo sean, pero, tienen que saber que su función, precisamente, es la de ser mediador entre su organización y las aspiraciones del pueblo pues, si quien dirige no da respuestas a lo que de él se espera, estará de más decir que su desempeño político dejará mucho que desear.

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Y no es necesario ser un Nelson Mandela, un Mahatma Gandhi o una Teresa de Calcuta, sino, alguien que sencillamente sepa conectarse con sus seguidores, que los oriente, lo movilice, que los haga sentir que llegarán, y que, cual Moisés, los guíe en el camino de ascenso al poder, alguien que se anticipe a las crisis, que consensue y que pueda discernir entre lo conveniente y lo no conveniente.

En el actual escenario político nacional el de la Liberación Dominicana quizás sea el único partido que le oferte al país una figura nueva, no repetida, fresca, un candidato con sensibilidad ante una sociedad que procura insertarse entre la masificación de la inteligencia artificial y el inicio de una cultura de post contemporaneidad, que tiene experiencia de ejecutorias exitosas en los ámbitos legislativo y municipal y que, con un discurso esperanzador de reivindicación de mejores condiciones de vida, procura insertarse en el alma del dominicano como la opción más viable en la consulta electoral del 2024.

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Abel Martínez ha mostrado sobrada capacidad procurando ganarse la preferencia del electorado dominicano, pero, necesita del soporte de verdaderos líderes en los distintos estamentos dirigenciales de su partido, específicamente, en los niveles medios y de base que son en donde se cuecen las habas y en los que se sustenta el trabajo político directo con el pueblo traduciendo en acciones concretas las líneas políticas trazadas por los altos mandos partidarios.

Existen demarcaciones territoriales en las que es evidente la ausencia de un liderazgo visionario, unificador, con arraigo en las masas, y con verdadero compromiso partidario, que entienda la actual coyuntura electoral en su conjunto y que ponga los intereses de la organización por encima de los suyos.

La fidelización del voto no existe en nuestra sociedad pues éste no es de nadie en particular, sino del partido que logre convencer al ciudadano de ser la única vía para su mejoría personal y social.

El autor es profesor universitario y reside en Barahona.

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