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Por Luis Balboa

Altice

La brisa fresca de aquel diciembre anunciaba la navidad a los habitantes de aquella casita que acariciaba la carretera. Los tímidos destellos de la lámpara de gas, contrastaban con los rostros radiantes de los integrantes de aquella familia, que reunidos en la mesa, vivíamos intensamente la metáfora navideña. Los adultos vivían la magia de ser niños otra vez, y todos nos contaminábamos con la alegría que produce el espíritu navideño y la felicidad de celebrarlo en familia.
Eran tiempos de limitaciones, pero eso no impidió que la felicidad en mi infancia fuera una quimera. Maroteando mangos y guanábanas con mi hermano y hermanas mayores, bañándonos en el rio “Ginova” en ese entonces caudaloso. Recorrer los tres kilómetros a pie y luego en bicicleta para ir a la escuela, recoger el arroz de la terraza, sembrar las habichuelas, en fin, en cada una de esas variopintas actividades propias del trabajo de campo, estuvo presente mi maestro de todas esas labores, “El Cuarto Rey Mago”.
Llegó el día de reyes, pero parece que ese año no le puse suficiente hierba a los camellos y solo me dejaron un revolvito de mitos y una escopeta de tapones, a pesar de que insistentemente yo les había pedido un tractor “John Deere”, el cual consideraba que merecía por mis buenas notas y mi buen comportamiento. De modo tal, que mi desilusión fue grande pero momentánea, ya que de inmediato entró en acción el cuarto rey mago.
Sí, el cuarto rey mago, con tan solo un cincel, un martillo, un destornillador y varias herramientas rudimentarias, tomó en sus manos una lata vacía de color amarillo y con la habilidad de un artesano, mis dos luceros alucinados vieron como iban apareciendo la parte delantera del tractor, los guardafangos y otras refacciones, las ruedas las fabricó con los restos de unas gomas viejas que encontró y con la pericia de un orfebre diestro, fue dándole forma a las grandes ruedas traseras, simulando incluso los salientes inmensos de estas colosales ruedas; luego ensambló las cuatro ruedas con unos ejes de un carrito viejo de juguete que milagrosamente había sobrevivido a mi curiosidad infantil.
Luego Él pasó a la otra fase, ésta consistió en cortar una cinta adhesiva y formar diminutas y mágicas letras, las cuales colocó con la paciencia y precisión de un relojero en la hojalata, pasando después a pintar de verde toda la estructura, pintura que hasta la fecha no puedo explicar de dónde rayos la sacó. En fin, puso a secarlo al sol y varias horas después despegó las cintas y de manera fantástica mis ojos, abiertos como dos platos, contemplaron grabadas en amarillo -al costado de mi tractorcito- las palabras (John Deere 30-20), el cuarto rey mago me había transformado en uno de los niños más felices de este planeta, ese fue el primer regalo de mi cuarto rey mago.
Nos mudamos a la ciudad y sin saber porqué; la adolescencia me sorprendió sin la presencia de mis hermanos mayores, separados por el vasto océano, quedamos solo mi hermano menor y yo. Inconscientemente fui desarrollando una irracional resistencia y temor a viajar a España. Llegaron los estudios universitarios, graduación, pasantía honorífica, hasta que llegó la fatídica carta donde nos comunicaban la mala jugada que el destino le deparaba a él y a nuestra familia.
Mis padres no muy empapados de la gravedad del asunto o quizás, presas del mecanismo natural de defensa de negación, prepararon maletas, le comuniqué el deseo de viajar y, aún sin su economía permitirlo, hicieron el sacrificio y me llevaron. Más que la emoción de viajar por primera vez, era la alegría de ver a mis hermanos y sobre todo a mi cuarto rey mago que, al desmontarme del tren me ofreció su segundo regalo, su sonrisa limpia y franca, y el abrazo cálido y fuerte cargado de alegría y emoción. Desde ese momento se inició una competencia de manera espontánea entre nosotros dos, de quién complacía más a quien, reconociendo que prácticamente me quedé en la gatera, pues no pude superar las atenciones y mimos que me prodigaba.
Pasaron los días y en un prado verde, pequeño, detrás de la cementera expiraba una de esa tardes largas y tediosas de agosto, entre el mugir de las vacas que perezosamente pastaban, y el monótono rugir del monstruo de hierro y concreto detrás de nosotros. El Rey con toda la buena intención del mundo me cuestionó ¿Hermano que piensas hacer, que planes tienes?, frunciendo el entrecejo y con un rictus de amargura y frustración le expresé que mi futuro no era muy halagador, pues estaba desempleado y las posibilidades de conseguir trabajo eran muy difíciles y ahí, en ese mismo momento me dio el tercer regalo, el más importante de mi vida. Sus ojos me sonrieron y me tembló hasta el alma y palmeándome la espalda me dijo “Luis tú tienes todo lo necesario para lograr tus metas, en estos días te he valorado y sé que tu lo lograrás”, no te desesperes, los inicios siempre son difíciles. Sus palabras fueron el mejor combustible, a veces cuando me desespero acudo a ellas, y es como si recargara de nuevo mi alma de entusiasmo y optimismo.
Luego llegó la hora de subir al tren, brillaron mis ojos y en mi memoria quedó incrustada como una impronta su imagen sonriente que dictatoríamente aquel tren veloz le arrebató a mis pupilas. Un año más tarde, cuando los prados se cubren con un manto nuevo de vistosos colores, el todopoderoso reclamó su presencia, pero a pesar de eso la primavera no perdió su olor para mí. He sostenido la tesis de que las personas mueren cuando las olvidan y el recuerdo del cuarto rey mago siempre vivirá en mi memoria..
Sus palabras fueron proféticas, entre fracasos y triunfos he forjado mi futuro al igual que muchos de mis compañeros, hemos comprobado que con fuego se templa el acero. No tengo el arte y la destreza de fabricar tractorcitos como él, más sí tengo el don de reproducir el tercer regalo que me dio, “Trasmitir el Entusiasmo”, el mejor combustible para vencer las dificultades del diario vivir. Ese arte y ese don, lo aprendí a desarrollar por ti: me lo enseñaste. MANOLO, ERES MI CUARTO REY MAGO.

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Estas reflexiones y recuerdos están dedicadas a José Manuel Balboa Guitian y sobre todo a los jóvenes que con sobradas razones se desaniman y quizás no encuentren a nadie que les recuerde que siempre hay tiempo para iniciar de nuevo. Padres, profesores, hermanos, amigos, regalémosle de reyes a los que nos rodean, ese tractorcito con todos los caballos de fuerza que da el entusiasmo para obtener millones de revoluciones por minuto de energía.

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Sonny Toribio
Sonny Toribio
6 años hace

Muy lindas las palabras plasmadas en este articulo dedicado a un ser querido.