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JUAN T H

Altice

San José de Cúcuta es un municipio colombiano de 750 mil personas que hace frontera con Venezuela. Allí se realizó el concierto que reunió a muchos artistas de diferentes países en apoyo “el pueblo venezolano”, donde, por cierto, residen, desde hace muchos años, más de cinco millones exilados económicos colombianos. (¿?)

Se trató de  un concierto eminentemente político, organizado por la rancia oligarquía venezolana, colombiana, el cártel de Lima, la Organización de Colonias de Estados Unidos que se identifica con las siglas OEA y el patrocinio del Coloso del Norte en su empeño por adueñarse de la patria del gran Libertador Simón Bolívar, dueña de grandes reservas mundiales de Petróleo y Gas Natural, como lo ha hecho en Irak, Siria, Afganistán, Libia, Somalia, Kuwait, Yemen y otros países, devastados por la intervención militar que les costó cientos de miles de muertos por las bombas y los misiles lanzados indiscriminadamente.

Los artistas allí presentes no eran ingenuos. Sabían perfectamente qué hacían, a quién le servían y con qué  propósito. No eran simples artistas, eran políticos sirviéndoles a una causa política, económica y social ajena a la solidaridad humana. Los artistas que estuvieron en Cúcuta le hicieron un flaco servicio a la libertad, la democracia que tanto predican, al derecho internacional según el cual, los pueblos tienen derecho a su autodeterminación.

Los que participaron con el concierto de Cúcuta no reclamaron la independencia de Venezuela, no pidieron respecto por su derecho a darse el gobierno que consideren, no exigieron el cese del criminal bloqueo económico que impide que haya medicamentos y alimentos, ni rechazaron las amenazas constantes de una intervención militar. Al contrario, fueron a respaldar esos actos brutales contra el pueblo de Bolívar. ¡Marionetas al servicio del imperio!

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Esos artistas, tan demócratas, tan humanitarios, tan sensibles, tan cristianos, hace años debieron hacer un concierto en solidaridad con Haití, un pueblo con el mayor índice de pobreza del continente y uno de los más pobres del mundo, con un territorio que apenas conserva el uno por ciento de sus bosques, con el promedio de vida más bajo de la región, con más de diez millones de seres  humanos sin electricidad, sin agua potable, sin salud, educación ni viviendas, donde un terremoto mató a más de 250  mil personas. ¡Ah! ¡Esa es otra canción! ¡En Haití no hay petróleo, ni otras riquezas! ¡Son negros, pobres y feos! ¡Nadie los quiere!

Joan Manuel Serrat, coherente como siempre, uno de los mejores cantautores hispanoamericanos, que viajó a Chile en medio de la represión y la muerte que ocasionaba Pinochet con el apoyo gringo, dijo esperar, en respuesta al pelele de Alejandro Sanz, que tras “el concierto de Cúcuta no venga la  muerte y la miseria porque muchos serían los cómplices”. (Como ha ocurrido en los 56 países intervenidos por Estados Unidos)

Coti Sorokin, autor de “Color Esperanza”, que hizo popular Diego Torres, dijo que su canción “está a disposición de la gente, no de los políticos”.

El sinvergüenza y degenerado  de Miguel Bosé le pidió a Michelle Bachelet, dos veces presidenta de Chile, que “mueva sus nalgas” como Alta Comisionada de los Derechos Humanos de la ONU, por lo cual ha recibido múltiples críticas de todas partes del mundo.

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Dicen que ninguno de los cantantes cobró “un centavo” por su participación. No lo sé. Pero sí sé que hay muchas formas de cobrar. En todo caso montar aquel espectáculo y trasladar como reses al público, la publicidad, transmisión por televisión durante más de 24 horas a través de redes internacionales debió costar una fortuna. ¿Se organizó sin “gastar un solo centavo”? ¿CNN no ha “cobrado un peso” por la campaña envilecedora, enajenante, mentirosa y difamatoria que mantiene contra el gobierno de Nicolás Maduro y el chavismo durante muchos años? No nos llamemos a engaños, el concierto de Cúcuta forma parte del plan macabro para invadir Venezuela o provocar un golpe de Estado sangriento, como en Chile, República Dominicana, Uruguay, Brasil, México, Argentina, Ecuador, Guatemala, Nicaragua, Haití, Cuba y otros países. El guion es el mismo.

En ese concierto no hubo un solo artista comprometido con la democracia, la libertad, la justicia, la solidaridad y otros valores humanos, su compromiso es –en todo caso- con el negocio. Los artistas progresistas, revolucionarios, amantes de la paz, no les hicieron el juego a los dioses de la guerra que lanzan fuego contra la gente y destruyen pueblos históricos como Bagdad.

Pablo Milanés, en una vieja canción dice: “pobre del cantor de nuestros días que no arriesga sus cuerdas por no arriesgar su vida”. Y yo le agrego, “pobre del cantor de nuestros días que no arriesga su canto por no arriesgar  su mercado y su dinero”.

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