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JUAN T H

Altice

El gobierno quiere ayuda para combatir el coronavirus que bajó del cielo como un ángel para salvarlo de la catástrofe electoral producida durante las elecciones provinciales ganadas por el Partido Revolucionario Moderno.

Quiere colaboración, pero no política, no de  los candidatos  y líderes de la oposición que amenazan con derrotarlo en las elecciones presidenciales y congresuales que constitucionalmente deben celebrarse el próximo 17 de mayo, pero que las circunstancias, y el presidente Danilo Medina, quiere que se prolonguen en el tiempo hasta crear otra crisis legal, pensando en las ventajas que tiene en el Congreso, las Altas Cortes, las Fuerzas Armadas y en los medios de comunicación masivos.

Es obvio que el presidente Medina está manipulando el tema de la pandemia para sacarle provecho político, como alguna vez lo hizo el tirano de los 30 años cuando el ciclón que destruyó el país en 1930. El jefe de Estado quiere ser el salvador, el mesías, el señor de los anillos que vino enviado por un ser supremo para salvarnos de la devastación total, para que todos digamos al unísono: Oh! ¿Y ahora quien podrá defendernos?  Y Danilo dirá: “Yoooo! ¡El Chapulín Morado! ¡No contaban con mi astucia! Y se moverá de un lado a otro, contorsionando como lo el personaje mexicano ya desaparecido.

Danilo no ha pensado en el país, piensa y actúa pensando en él, en su grupo, en lo que le queda en el PLD. El interés nacional no ha primado en ningún  momento. Los hechos lo dicen.

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Mi tesis es la siguiente, lo  digo brevemente: El fracaso del proyecto reeleccionista, la imposición de Gonzalo Castillo como candidato mediante una “chicana” a los ex candidatos que el propio Danilo les pidió que se lanzaran a una campaña interna muy costosa, la división del PLD con la partida de su principal figura política, el ex presidente Leonel Fernández, después del fraude electrónico que lo despojó del triunfo,  el sabotaje de las elecciones municipales que de antemano tenía perdidas, las protestas en la Plaza de la Bandera y en todo el país, encabezadas principalmente por la juventud y la clase media, más  la derrota en los comicios de marzo, dejaron al gobierno y al PLD en desbandada, “vueltos locos y sin idea”, muy “feos para la foto”.

Necesitaban tiempo para reagruparse y recomponerse. Las elecciones presidenciales estaban muy cerca. Y como dijera Danilo, “el que gane las municipales se colocará a las puertas del poder”. Ahí está Luís Abinader; en las escalinatas del Palacio Nacional, recostado del León de mármol que está en la izquierda, esperando el 16 de agosto para subir con la banda presidencial en su pecho.

El gobierno debió actuar contra el coronavirus a finales de diciembre o comienzos de enero, como lo hicieron otros países. Pero no lo hizo, por irresponsabilidad, negligencia, ineptitud o politiquería barata, dejó que el tiempo corriera. Y hoy estamos a la puerta de un enorme  abismo económico, político y social que tendrá consecuencias desastrosas.

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Ante la pandemia el presidente Medina debió llamar a la unidad nacional, sin prejuicios, ni  odios patológicos. Desde el primer día tanto Luís Abinader, como Leonel Fernández, entre otros líderes expresaron su disposición de trabajar unidos; incluso ofrecieron ideas y propuestas que debieron ser acogidas con beneplácito, tanto por el PLD como por el gobierno. Pero el Chapulín Morado no quiso, ni quiere.

Luís Abinader y el PRM  ofrecido medicamentos y equipos médicos, pero el Chapulín no los quiere. ¿Qué le costaba  al presidente Medina convocar al dialogo sincero y franco al liderazgo político, empresarial, comunitario y religioso para un plan de contingencia? ¿Qué le costaba hacer una llamada telefónica y hablar con Abinader que es el candidato puntero en las encuestas? ¿Qué le costaba llamar a su ex hermano y socio político Leonel Fernández? ¿Se le quitaba un pedazo? ¿Perdería un brazo, una pierna, la vista o la voz? En lo absoluto. La cuestión es que el Chapulín no quiere ayuda ni colaboración de ningún partido que no sea el PLD. Como tampoco quiere que nadie hable o actúe política y partidariamente, solo Gonzalo Castillo, su pupilo, que no ha parado un solo día en su vano empeño de subir en las encuestas. Pero no lo logra; al contrario: se estanca o baja su porcentaje de popularidad. Todo se le revierte. Su campaña electoral es como un boomerang.

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