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Banco Popular

Por JUAN T H

Altice

Me he preguntado en múltiples ocasiones si no será necesario un régimen de fuerza que imponga el orden aplicando rigurosamente el imperio de la ley, como en otros países, sobre todo asiáticos, donde todo aquel que infringe las normas paga las consecuencias, no solo con multas y cárcel, sino hasta con la muerte.

La democracia, principalmente en países con escaso nivel institucional, educación y cultura, como la República Dominicana, no funciona. Le da derecho a quienes no cumplen con sus deberes.

La democracia, de la que tanto nos enorgullecemos, no ha podido resolver uno solo de los graves problemas de educación, salud, seguridad, justicia social, etc. Al contrario, seguimos empantanados, dando vueltas en círculo, sin encontrar una salida, atrapados en barreras que nos atan como una camisa de fuerza que impide que avancemos por el camino del desarrollo.

Como dijera el líder de la República Popular China, Deng Xiaoping: “No importa si el gato es negro o blanco, lo que importa es que cace ratones”, es decir, que resuelva los problemas económicos, políticos y sociales de una nación tan vasta y poblada como China. Más de 17 millones de chinos fueron sacados de la pobreza y el hambre desapareció, según estableció las Naciones Unidas. ¡Eso es lo que importa, no si el régimen es capitalista, democrático o comunista!

No hablo de una dictadura perversa, sanguinaria, atropellante y violadora de los más elementales derechos humanos. Hablo de un gobierno dirigido por hombres y mujeres dispuestos a tomar el toro por los cuernos para imponer orden, disciplina y respeto; un régimen transparente y honesto, que no tolere la corrupción ni el incumplimiento del orden jurídico establecido; un régimen donde, de verdad, no haya vacas sagradas, donde quien la haga, sin importar quién sea, de arriba o de abajo, pague las consecuencias y termine en la cárcel, para no decir en el cementerio.

Prefiero una dictadura que imponga el orden y el respeto a una democracia débil, sin institucionalidad, con organismos estatales corrompidos, con una justicia que castiga a los inocentes y premia a los políticos ladrones.

No quisiera una dictadura como la de Trujillo ni la de un déspota como Balaguer. Ellos, al igual que otros que hemos tenido a lo largo de la historia, han sido indeseables, represivos y asesinos, al servicio de sus propios intereses y de sus lacayos. Eso no lo quiero ni lo sugiero, sería criminal. Hablo de una dictadura en libertad, respetuosa de los derechos ciudadanos y progresista, pero, al mismo tiempo, implacable con la corrupción y las violaciones de la Constitución y las leyes.

Que nadie me hable de respeto a los derechos humanos. Los derechos humanos son para los humanos de bien, no para los que roban y matan, para los que desconocen la ley y la violan conscientemente porque saben que nadie los castigará.

En nuestro país, el caos y el desorden están legitimados por una democracia y un sistema de justicia que no castiga, que permite que la gente violente las normas y los protocolos sin pagar por ello.

El presidente Luis Abinader hace esfuerzos por una “nueva Policía”. Invierte tiempo y recursos. ¡Excelente! ¡Muy bien! Pero no solo necesitamos una Policía moderna, bien pagada, bien entrenada y equipada. Junto con ella, precisamos una nueva sociedad, con nuevos valores, que se logra con educación, sí, pero también con represión. El Estado es el dueño de la represión cuando es absolutamente necesaria. Es el responsable y garante de la paz social y la seguridad ciudadana, lo cual solo es posible con la aplicación estricta del conjunto de normas que la rigen.

En la República Dominicana no hay orden. El desorden en nuestras calles, autopistas, aceras y contenes es mayúsculo. Más de cuatro millones de motocicletas han tomado las vías públicas. Los accidentes son constantes y cotidianos. Santo Domingo y el Gran Santo Domingo, por ejemplo, se han convertido en selvas. Lo mismo sucede en Santiago, La Vega, San Francisco de Macorís, Higüey, La Romana, etc. Los vehículos pesados, patanas, camiones y autobuses transitan sin ningún control.

Un estudio del Banco Mundial revela que el 78% de las carreteras del país son peligrosas. En efecto, solo hay que ver las estadísticas: los accidentes de tránsito constituyen la principal causa de muerte en el país. A nadie parece importarle.

El desorden no es solo en el tránsito. Si vemos los niveles de evasión de impuestos, el contrabando, los atracos y los delitos en sentido general, notamos que el sistema de justicia únicamente se aplica con cierto rigor a los de abajo, esos que valen menos que la bala que los mata o la prisión que los espera.

El tema haitiano, tal vez el problema más peligroso y preocupante, refleja el caos del que hablo. La presencia masiva de indocumentados haitianos es producto de la no aplicación de la ley migratoria, del negocio con las deportaciones, con las parturientas, etc. En fin, falta mano dura contra los traidores a la patria, civiles y militares.

Hay ocasiones, en cualquier régimen, dictatorial o democrático, en que la represión es obligatoria para imponer el orden, pues de lo contrario, se pierde el rumbo y los valores éticos y morales se disuelven hasta llegar a la descomposición total de “la patria bien amada”, como dijera el poeta.

Tal vez sea necesario releer la reflexión del profesor Juan Bosch cuando propuso la instauración de una “dictadura con respaldo popular” que termine con el caos y la disolución de la sociedad dominicana, imponiendo orden y respeto en el país, sin los excesos ni las arbitrariedades propias de otras dictaduras unipersonales o grupales de otros tiempos.

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El Jacaguero es una fuente de noticias en línea que se especializa en brindar a sus lectores las últimas novedades sobre la República Dominicana.

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