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JUAN T H

Altice

Ante la frustración que me genera la actividad política, fruto de una práctica indecorosa, sin valores ni ideología que la sustente dentro de un marco decente que promueva la ciudanía, el desarrollo y el bien común, cansado de ver y escuchar a políticos inescrupulosos que solo se interesan por su bienestar, que prometen y no cumplen, que roban descaradamente sin pagar ninguna consecuencia, que manipulan y enajenan a un pueblo envilecido al que ya no parece   importarle  ni siquiera su destino, fruto de la ignorancia ancestral en la que lo han hundido,  detenido en el tiempo dando vueltas a la redonda, como en un círculo vicioso que no conduce a ningún lugar que no sea la ruina y la devastación hasta de la memoria histórica.

Estoy harto del país. Cada día lo resisto menos. Este país es una selva de cemento y plomo, una pocilga de piratas y filibusteros, bandidos y ladrones. Un país cada vez más deshumanizado, donde los valores del éxito los representan la política, el narcotráfico, los juegos de azar y la prostitución a todos los niveles, no el estudio, la ciencia y el trabajo  honrado.

No pedí nacer aquí, pero aquí nací, aquí eché raíces, aquí amé y me amaron, aquí odié y me odiaron, aquí tengo amigos, compañeros de lucha, hermanos en la sangre y en las ideas, pero me pregunto si servirá de algo este odio, este resentimiento que terminará muerto en un callejón sin salida.

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Miro hacia atrás y solo veo escombros, mártires, héroes olvidados, lápidas destrozadas por el tiempo, nombres de patriotas desconocidos o denigrados, mercaderes del amor, tránsfugas del horizonte, perversos de la noche, sanguijuelas, vampiros del porvenir, proxenetas de la esperanza que prostituye adolescentes en los campos y en los barrios.

El presente es cruel y despiadado. Estancado en las vidrieras mientras las manecillas del reloj avanzan dejándonos  “eternos y escondidos” en el tiempo. Para nosotros el presente es el pasado, es el ocaso de un pueblo en la noche eterna.

El presente es el pasado, el pasado es el olvido. En algún momento de nuestra peregrinación   se produjo una disrupción que nos condujo al destierro colonial. Parecemos un pueblo perdido en un tiempo ya lejano que no encuentra la puerta del laberinto por donde entró. Y sabe cómo salir. Y da vuelvas y vueltas en el mismo lugar, ciego, caminando a tientas  sin nadie que lo ayude. Los que lo han intentado han muerto asesinados, encarcelados o deportados con el ejemplo.

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Sentado en medio de la nada, me pregunto cuál es el camino. ¿Qué rumbo tomar en medio del desierto? ¿Hacia el centro de la tierra, a la izquierda del pensamiento y la acción o  detenernos en la derecha donde hemos estado siempre? La izquierda es una quimera, un duende sin sombra, una palabra que perdió su contenido y su sentido; el centro es un engaño en tanto que la derecha es la derecha, es decir, la misma porquería de siempre, el mismo pantano, la misma muerte.

Este pueblo, ignorante, pendejo y pobre, incapaz de levantarse como lo hacen los pueblos cuando pueblos son, no parece tener salida. Por eso más de dos millones se han ido, y el resto no se ha largado porque no ha podido, porque no lo han dejado.

Me pregunto –supongo que muchos otros harán lo mismo- ¿qué hago aquí en un país donde hasta el “Padre de la Patria” murió desterrado, viejo, olvidado y triste? ¿Qué hago aquí comiendo mierda mientras otros se roban mi futuro, el de mis hijos y mis nietos? ¡No merezco morir en este país de mierda! ¡No! ¡Me niego a vivir en un país de mierda!

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