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La teoría neoliberal sedujo las élites gobernantes de América Latina en la década de los noventa. La idea básica es simple: reducir al mínimo la intervención del Estado en la sociedad. El único rol que le dejan los neoliberales al Estado es la de ente regulador. Y cuidado.

Altice

En la práctica los sueños del neoliberalismo, con su bandera de libre mercado, mudaron al Estado a la estancia de un simple espectador. Las reglas las traza las manos invisibles –según Adam Smith y al cual se plegó el pontífice neoliberal Friedrich Hayek– del mercado. Los pobres son echados al fuego sagrado del infierno.

Esa es una doctrina nacida en países desarrollados, pero República Dominicana, ombe, no podía quedarse atrás. En 1996 el soberano criollo eligió gobernantes noveles, proclives al pensamiento complejo, a aceitarse, a ponerse al compás de la última ola.

Como era de esperarse, los nuevos incumbentes no se conformaron con privatizar las empresas del Estado, sino que según iban privatizando, creaban otras.

La Corporación Dominicana de Electricidad, CDE, por ejemplo, se dividió en dos grandes grupos: las empresas generadoras de electricidad y las comercializadoras. Las generadoras parieron decenas de nuevas compañías; mientras las comercializadoras se triplicaron: Edenorte, Edesur y Edeeste.

El boom privatizador creció a tal punto que ni siquiera la muerte se salvó. No es que las municipalidades pasaran a manos privadas los cementerios, sino que surgió un mercado paralelo.

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El lugar común es la muerte. Y la muerte, contrario a la vida, es eterna. Por eso una inversión de capital ahí, no corre riesgo. Las ganancias son indefinidas, porque son clientes fieles y cautivos. Mortal.

Los restos del líder José Francisco Peña Gómez, los expresidentes Antonio Guzmán Fernández, Juan Bosch y Joaquín Balaguer descansan en sepulcros humildes, pero dignos.

Sin embargo, el exmandatario Leonel Fernández Reyna está alante alante. Él se resiste a ser enterrado en el cementerio municipal. Como hombre moderno, construyó un mausoleo que, si los monarcas del siglo XVIII resucitan, la envidia les rompería los ojos.

El orgullo de Leonel lo reivindicó el Parque Cementerio Puerta del Cielo, primero y ultra moderno cementerio privado del país. Como Puerta del Cielo abrió las puertas a la privatización de la muerte, ofrece el servicio de enterrarte junto a tus mascotas.

En Santo Domingo están, además, los cementerios privados Jardín Memorial y Parque del Prado.

Santiago de los Caballeros cuenta con los cementerios Fuente de Luz Memoral Park y Jardines del Recuerdo. Debo reconocer que son nombres poéticos.

Existe el Cementerio Privado de La Vega; en Puerto Plata está el Cementerio Parque Jardín Nubes de Gloria.

En la Romana usted puede ser sepultado en una villa mortuoria del Cementerio Memorial Servicios Exequiales. San Francisco de Macorís pronto tendrá una extensión del Cementerio Fuente de Luz Memoral Park. Olvídese del inglés. Usted puede morir y descansar en cualquier idioma.

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Quiero subrayar que los campos santos, en el mundo neoliberal de hoy, compiten en el mercado igual como lo hacen los hoteles, las marcas de carros y de ropas.

Un cementerio privado puso en un anuncio algo que me puso a pensar. Dice: “Estamos para convertir ese momento difícil, en uno memorable y sin preocupaciones”.

Si fuera un creativo publicitario vendería la siguiente idea a un nuevo cementerio privado: “Si quieres una muerte agradable y digna, la Puerta de la Gloria está abierta”.

En Bella Vista, Santiago, hay una Asociación Mutualista que ofrece servicios funerarios a muy bajo costo. Don Luis — mi padre–, era Ley, Batuta y Constitución de toda la familia. Recuerdo una vez que una delegación de la sociedad visitó la casa para ofertar los paquetes mortuorios para un velorio. Allí llevaron brindis de café, bizcochitos y galletas. Y aclararon que si la muerte sorprende a uno en invierno, incluye té de jengibre. El ataúd es económico, con cuatro sirios y una corona de flores. Todo ello por sólo 125 pesos mensuales de la época.

Don Luis se quedó pensativo. Se rascó la cabeza y mirando al cielo exclamó:

— ¡Y quién va a pagar por adelantado para morirse!

Por Miguel Ángel Cid Cid

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Twitter: @miguelcid1

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