Hace unos días recibí un correo de alguien que me quería vender sus servicios de corrección de estilo. Su entrada fue muy interesante; criticó mi boletín semanal y pidió darse de baja a pesar de él mismo haberse inscrito… me decía que no quería recibir publicidad. Me parece que ni lo leyó, porque mi boletín no es publicidad sino contenido de crecimiento personal y profesional para los que deseen recibirlo.
Para él es fácil esto de las letras perfectas. Me imagino que estudió y quizá hasta un don tiene para ellas. Para mí es fácil la venta. Estuve tentado ha responderle en un mejor tono y enseñarle a vender… vendiéndole un curso de ventas. Para que pueda vender sus servicios de corrector.
Me encuentro en este mundo moderno con un gran problema. Las personas no queremos entender que los humanos no somos buenos para todo. Si alguien requiere de un corrector de estilos es porque no es perfecto en las letras. Si existen personas que compran mis cursos de ventas, es porque sé algo que ellos no saben. Así compro muchos cursos de áreas que deseo mejorar o aprender.
Lo interesante en este punto es que los correctores de estilo tienen una vivencia diaria muy desagradable. Casi todas las personas estamos obligadas a escribir, aunque la gramática no sea nuestro fuerte. Cometemos errores y hasta horrores, sin contar los deslices de teclas que no son perdonados por los observadores letrados. ¿Saben ellos perdonar? Y cuando hablo de correctores de estilo incluyo a todos los que son excelentes en gramática.
No es que aceptemos como si nada que se comentan tantos errores como se cometen. Es que no sufran si los ven. Que sepan que esas personas que comenten esos errores hacen bien otras cosas. Así como mi crítico de uso de cursivas no tiene la mínima idea de cómo venderme sus servicios… y no sufro por su ignorancia en tan importante área.
No crea que un escritor es el mejor en ortografía… muchas veces simplemente se defiende. A todos nos ponen correctores, con los cuales tenemos una relación de amor y odio (por suerte las mías son de confianza y no las he podido odiar). Lo interesante es que los correctores no son escritores, pero muchos pretenden cambiarles a sus clientes la forma de expresarse. Como vemos: “Zapatero a su zapato”.
Cuando creo que algo es fácil es porque lo sé hacer. No puedo pensar que todos lo sabrán hacer igual. Existen diferentes inteligencias y nacemos o desarrollamos unas pocas. Para las otras nos podemos apoyar en los que son mejores en ellas.
Por Diego A. Sosa