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Por Pavel De Camps Vargas

Altice

En tiempos de elecciones, el mayor peligro para la democracia no siempre viene desde el exterior. A veces, proviene de la intención deliberada de acallar ciertas voces. Esta vez, el epicentro del debate no fue Moscú ni Pekín, sino de un país europeo forjador de la democracia, una ciudad de luces democrática como es París… y Rumanía.

Pavel Durov, fundador de Telegram, denunció públicamente que recibió una petición directa de un gobierno de Europa occidental —todo apunta a Francia— para suprimir canales y contenidos conservadores relacionados con las elecciones presidenciales en Rumanía. Una solicitud que, de ser cierta, supone un acto de censura sin precedentes por parte de una potencia europea hacia un país soberano.

“No se puede defender la democracia destruyéndola”, afirmó Durov, al anunciar su rechazo rotundo a la petición, acompañado de un irónico emoji de baguette.

La batalla por las urnas y el control narrativo

La elección rumana fue tensa: Nicușor Dan, un independiente centrista, derrotó por siete puntos al euroescéptico George Simion, etiquetado por algunos medios como “extrema derecha”. La campaña se dio en un clima de alta polarización y denuncias de interferencia extranjera. De hecho, una votación anterior había sido anulada y se prohibió la candidatura de Călin Georgescu, considerado aún más radical.

Francia, al ser señalada indirectamente por Durov, respondió de inmediato. El Ministerio de Asuntos Exteriores tachó las acusaciones de “completamente infundadas”, calificándolas como “una distracción” de las amenazas reales a la democracia rumana. Pero las sombras sobre la transparencia del proceso electoral ya estaban sembradas.

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Sesgos en la cobertura: ¿defensa democrática o represión ideológica?

Un análisis comparativo de los medios internacionales revela un patrón preocupante:

  • Medios de izquierda (25%) presentaron la denuncia de Durov como un intento por parte de Telegram de proteger el discurso de la ultraderecha, subrayando el peligro del extremismo. Para estos medios, silenciar voces conservadoras sería un acto de prevención, no censura.

  • Medios del centro (29%) intentaron mantener una postura más neutral, destacando la tensión electoral y las posibles injerencias rusas, aunque sin desestimar el peso de las declaraciones de Durov.

  • Medios de derecha (46%) vieron en el intento francés una amenaza directa a la libertad de expresión. La narrativa fue clara: Francia cruzó la línea roja al tratar de controlar la conversación en otro país democrático.

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¿Quién controla la democracia digital?

El tercer gráfico compartido es alarmante: sólo el 13% de las fuentes son verdaderamente independientes. El 33% está vinculado directamente a gobiernos, y el resto responde a intereses corporativos, conglomerados o capitales privados. En este ecosistema, la pluralidad parece un espejismo, y el control informativo, una constante.

A esto se suma que el 68% de las fuentes tienen alta factualidad, lo cual indica que incluso las narrativas manipuladas pueden ser técnicamente ciertas, aunque sesgadas. La verdad, en esta era, no es solo lo que se dice, sino cómo se presenta.

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Telegram: ¿último bastión de la libertad?

Durov ha sido polémico en el pasado, pero en esta ocasión su postura ha sido celebrada por defensores de la libertad de expresión. Su negativa a censurar canales conservadores en Rumanía envía un mensaje potente: la democracia no puede construirse sobre la base de la censura ideológica.

“El pueblo rumano merece libertad de expresión y elecciones justas”, concluyó Durov.

La democracia en tiempos de algoritmo

¿El futuro de las elecciones será una batalla no solo por los votos, sino por quién controla el discurso digital?
La respuesta, como la democracia, debe seguir abierta.
Porque si los algoritmos deciden qué ideas se amplifican y los gobiernos quiénes pueden hablar, entonces ya no estamos votando por candidatos, sino por filtros invisibles.
Y cuando el discurso se regula en silencio, la voluntad popular se convierte en eco… no en elección.

El verdadero desafío de esta década no será solo defender el derecho al voto, sino garantizar el derecho a hablar antes de votar. Porque sin voces libres, no hay elecciones justas. Y sin elecciones justas, no hay democracia que sobreviva.

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