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La selección de Dalic repite semifinales después de resistir a Brasil con entereza y un gran portero y tumbarla después en los penaltis

Altice

Luis Nieto

As.com

Fue un duelo entre quien nada en la abundancia y quien, por razones demográficas, está obligada a aprovechar hasta el hueso. Y lo ganó Croacia, que tiene menos donde elegir y una menor capacidad para regenerarse. Dalic ha llevado hasta más allá del límite a la mejor generación croata de lahistoria. Donde no alcanzaron las fuerzas, llegaron las ganas. En Qatar empequeñeció a Brasil con su fútbol disciplinado, de bajo ritmo, de resistencia detrás y abstinencia delante. Va de prórroga en prórroga hasta la victoria final. La selección de Tite tiró un tiempo, no acertó en otro y se despidió de nuevo en cuartos en los penaltis. Ese llanto durará otros cuatro años.

Es difícil explicar por qué Brasil baila. No hay selección con mayor exigencia en este Mundial y en todo aquello que juegue y, sin embargo, sus futbolistas nunca pierden el humor. Viven y actúan como si esto solo fuera un juego, ajenos al dramatismo global. Quizá porque si el asunto no funciona (y lleva ya veinte años sin hacerlo) le disparan al pianista, ahora Tite. Pero la canarinha también hace excepciones, en función del rival. Y como Croacia no estaba por permitir la fiesta perdió la alegría que le invadía desde el triunfo ante Corea.

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Dalic había puesto a Suiza, una selección aburridamente hermética y atenta, como ejemplo de antagonista a Brasil. Fue una pista falsa. De salida, Croacia no dio por perdida la pelota e impuso el oficio de sus centrocampistas: Modric, casi como mediapunta, y los tragamillas Brozovic y Kovacic. También ganó la mayoría de los duelos, índice principal para medir el grado de compromiso de un equipo. Incluso se acercó al gol en un centro cruzado de Pasalic, la novedad en su once, que no remató bien Perisic.

Manda Modric

Brasil entregaba esta primera batalla colectiva porque su póquer, casi repóquer, de delanteros había perdido la comunicación con Casemiro y los laterales. La canarinha tenía mejores futbolistas, pero peor plan. Aun así, sin continuidad, tuvo alguna llegada de cierto peligro: una pared Vinicius-Richarlison con remate inconcluso del primero, un tirito de Neymar a las manos de Livakovic… Poca cosa para el ataque que más jaleo arma en los últimos treinta metros.

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Croacia no devora, pero sí provoca cierta parálisis en sus víctimas. Lo consiguió con Brasil. Dos laterales fuera del gran circuito, Juranovic (Celtic) y Sosa (del Stuttgart), no se vieron desbordados por Raphinha y Vinicius, que andaban en modo avión. Y sus centrales encerraron a Richarlison, otro que comparecía desatado. Tampoco Neymar hizo fortuna entre líneas, entre otras cosas porque esas líneas, muy juntas, le emparedaban. Esa es una de las grandes virtudes de Dalic, conseguir que lo que tiene parezca mejor de lo que es. Un equipo económico que se viene arriba a la hora de la verdad, aunque en ataque tampoco fue gran cosa. Esa es la superficie que más ha erosionado el tiempo. “Donde antes había delanteros de Juventus o Atlético ahora los hay de Dinamo de Zagreb, Hajduk u Osasuna”, se queja a menudo Dalic. Tiene razón. Kramaric fue parte del paisaje.

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