Por Víctor Bautista
@ViktorBautista
La primera vez que tuve la oportunidad de compartir con Adriano Miguel Tejada fue en un viaje a Francia, como invitados oficiales del gobierno de ese país, hace alrededor de 18 años.
La columna Colindancias que él escribía en la revista Rumbo era una de mis favoritas. Ahí leía su cátedra preclara de institucionalidad, política y referencias históricas.
Pero fue en la cuna de la Ilustración cuando pude aquilatar directamente su base cultural, el rigor analítico de sus juicios y lagestión de la memoria de los hechos pasados, que hábilmente sabía conectar con la actualidad sin que se viera forzado.
Mi segundo contacto interpersonal fue en 2004, poco después de haber salido yo de El Caribe, donde fungía como director ejecutivo.
Me recibió en su despacho de Tricom, telefónica en la que ocupaba un alto cargo, con la sencillez, la camaradería y la calidez provinciana que nunca abandonó. Desde el primer momento conectamos porque yo también soy del interior, de San Juan, y llevo mis hojas “campunas” agazapadas al alma.
Tejada sustituiría a Aníbal de Castro en la dirección de Diario Libre. Otros ejecutivos de la redacción también se desvincularían y Adriano previó que necesitaría apoyo en los mandos medios. Me propuso acompañarle, algo que consideré un honor.
No pude complacerle porque en ese momento estaba comprometido con sacar a la luz el emblemático Clave Digital, proyecto liderado por Fausto Rosario Adames, donde devengaría 150% menos que el potencial salario de Diario Libre.
La gran compensación era ser parte de un medio digital de actualización constante, opinión relevante y temas que otros callaban, cuando las versiones online de los diarios eran un vertido inmóvil del contenido print.
No obstante, Adriano Miguel me pidió que le recomendara algunos talentos y así lo hice. Una parte de ellos sigue en el diario todavía.
Una vez recibió a mi hijo mayor, que a la sazón tendría 12 años. Era para una entrevista relacionada con una tarea del colegio. Fue en Diario Libre. Mi muchacho quedó fascinado por las explicaciones llanas de temas complejos que recibió. Su tarea fue un éxito. Hace poco me envió a la oficina un libro de 650 páginas que recoge su columna AM (2004-2019), reales ensayos cortos con un largo despliegue de conocimientos. Adriano se ha dormido. No murió. Su legado lo mantendrá vivo en el tiempo.