Nelson Marte
Cuando pasado mañana le quedarán a Danilo Medina apenas 4 meses para entregar el poder, según todos los indicios al candidato presidencial de oposición, Luis Abinader, resulta extraño que el mandatario no parezca preparando el terreno para la tranquila transición a que debe dar lugar su descenso de las escalinatas del Palacio Nacional.
Precisamente Abinader, candidato presidencial del principal partido del país, y quien encabeza las encuestas para convertirse en el presidente dominicano número 56, ha mantenido un talante unitario y conciliador desde que irrumpiera la crisis del Coronavirus país, proponiendo una gestión de unidad nacional.
Luego, y obviando el silencio de Palacio ante su iniciativa unitaria, Abinader planteó que el gobierno, los partidos políticos, el empresariado, las iglesias y la sociedad civil efectuaran una cumbre teniendo por agenda una estrategia que contribuya a superar las emergencias de salud, económica y política que tiene por delante el país, pues antes del 16 de agosto debe celebrar elecciones congresuales y presidenciales.
Medina ha seguido el librito tradicional del poder continuista en República Dominicana, “negociando” a cualquier costo una reforma constitucional para cambiar las reglas que le permitieran, mediante un uso intensivo de los recursos del Estado, imponerse en un segundo mandato en 2016.
Ya reelegido buscó que imponer en las reformas de las leyes de partidos y electoral primarias abiertas en todos los partidos y otras ventajas que le permitiera mediante el uso de los recursos estatales y políticas clientelares, imponer sus delfines, como hizo en su propio partido con su ministro de Obras Públicas, Gonzalo Castillo.
Luego, tras una larga espera que duró hasta el 22 de julio de 2019, apenas 10 meses antes de las elecciones programadas para mayo de este año, terminó admitiendo a regañadientes, en un discurso en el que por momentos lució regañando al país, que no buscaría una segunda relección.
Detrás dejaba una sostenida lucha encabezada por Abinader y su antiguo álter ego y luego archirrival, el ex presidente Leonel Fernández, que resistieron el continuismo de Medina hasta con movilizaciones en la calle, junto a otros sectores de oposición, de la sociedad civil y buena parte de las iglesias.
Fueron también notorias y fuertes las presiones del gobierno de Estados Unidos, que terminaron con una admitida llamada del secretario de Estado, Mike Pompeo, comprometiendo a Danilo con el curso institucional del país como reveló una información de Palacio.
Dejaba también atrás Danilo la división del partido que le dejara Juan Bosch a él y a Leonel, una gestión con serios cuestionamientos sobre la legalidad y transparencia administrativa que lo ha perseguido incluso hasta las cuestionadas licitaciones y compras para atender las emergencias del Coronavirus.
Flotan en el pesado aire que respira el Presidente la paralización de la mayor parte de la actividad económica, la espectacular caída del turismo y el pronóstico del Banco Mundial de que a final de año la niña bonita del crecimiento económico cerrará en 0 (cero) en 2020, cuando en los últimos años estuvo promediando entre el 5 y el 6%,
Ha de verse si el trance de un sistema de salud colapsado, parálisis de las escuelas, el comercio y la vida cotidiana, con el 95% de los 10 millones de dominicanos confinados en sus casas, sea un ambiente que podría tener al presidente Medina cavilando en un insondable pesimismo.
Por suerte para él la soledad del poder lo encuentra frente un principal adversario político, Luis Abinader, tendiéndole los puentes de plata de unidad y concertación, por lo que no se acaba de entender su resistencia a posiciones libre de la crispación y turbulencia que parecían amenazar su descenso del poder.