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POR JUAN T H

Altice

Como he escrito y dicho muchas veces, no tengo nada contra el pueblo haitiano; absolutamente nada. Por el contrario, le tengo admiración y respecto a sus orígenes, a sus luchas emancipadoras, a su temprana independencia, a sus sacrificios para obtener la obtener su libertad y proclamar a los cuatro vientos la abolición de la esclavitud, tanto allá, como aquí.

No tengo sentimientos raciales ni xenófobos contra los haitianos, ni los odio por haber ocupado lo que hoy forma parte del territorio dominicano, ni por las luchas que sostuvimos hasta alcanzar nuestra independencia. Al contrario, creo que el pueblo haitiano es digno de mayor y mejor suerte.

Ahora bien, el tiempo ha trazado caminos diferentes, tanto para los haitianos como para los dominicanos. Haití lo ha perdió todo, incluyendo su dignidad y su orgullo; perdió la noción de patria, de cuerpo. El Estado, como institución, desapareció. Haití es hoy un pueblo fantasma, con un territorio quemado por la falta de bosques, de agua potable, de energía eléctrica, de un sistema de salud y de educación que le garantice educación, salud, vivienda, trabajo y comida para todos los ciudadanos. El gobierno del vecino país no ha sido capaz siquiera de dotar a sus ciudadanos del registro civil. La gente no tiene acta de nacimiento, cédula de identidad, pasaporte, etc. El Estado, como tal, es lo que llaman, “un Estado fallido”. Y por lo tanto, “jodido”. 

En Haití no hay nada, solo desolación. Nadie quiere a los haitianos: negros, pobres y feos. En Haití no hay nada que robar, ni siquiera la sonrisa de los niños, porque la perdieron  a causa del hambre, la desnutrición y el abandono. Para colmo, los haitianos hablan un idioma único en el hemisferio, con una religión igualmente única. Haití es un pedazo de África en América, aumentando así su aislamiento. 

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En América nadie quiere a los haitianos. Donde quiera que lleguen el repudio es total. El racismo y la xenofobia crecen. Haití es un problema que nadie quiere enfrenar, que a nadie le interesa solucionar. La comunidad internacional integrada por países grandes y ricos, altamente desarrollados, no desean acudir en ayuda de Haití. Nadie ofrece alternativas. Todos los ricos se esconden tras los muros de la vergüenza, tanto físicos como culturales. Estados Unidos, que se mete en todo lo que no tiene que meterse, que invade países que no tiene que invadir, ignora lo que sucede con el pueblo haitiano, a pesar de su cercanía. La comunidad internacional pretende que sea la República Dominicana quien asuma el problema haitiano. Ha dicho reiteradamente el presidente Luís Abinader que la solución a la crisis del hermano país no está, ni estará nunca, en territorio dominicano. Creo que es lo único en que todos los dominicanos y dominicanas, no importa el partido al que pertenezca, ni el equipo de beisbol por el que simpatice, ni la religión donde milite, está de acuerdo.

El gobierno dominicano tiene que regirse por sus leyes migratorias, como lo hacen los demás países del mundo. Los conflictos migratorios entre países que comparten frontera son comunes. Sucede entre Estados Unidos, México y otros países. Entre Venezuela y Colombia, entre Costa Rica y Nicaragua, etc., etc.

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La República Dominicana no puede tener una política migratoria anti haitiana.  El país quiere a los haitianos bajo sus reglas, es decir, con un estatus legal, amparado por las normas. Lo ilegal lo corrompe todo, dice un principio jurídico. Y es verdad. Todos los extranjeros residentes en nuestro territorio tienen que hacerlo de manera legal, ya sea de manera permanente o temporal.

Las bandas organizadas de dominicanos, civiles y militares que operan tanto en suelo haitiano como dominicano, tienen que ser eliminadas, lo cual requiere de una voluntad política de Estado. Muchos haitianos no vienen al país, los traen esas bandas de traficantes de personas que hacen fortuna aprovechando la miseria del pueblo haitiano. Acabar con las bandas de desarmados que trafican con haitianos es fundamental si queremos terminar con el flujo masivo de haitianos. ¿Cómo se las ingenian esos traficantes de personas para cruzar la frontera y para evadir todos los puestos de chequeos?    

A la crisis haitiana hay que buscarle una solución. En eso estamos de acuerdo, una solución amigable y humana. Ahora bien, una cosa debe estar clara: los haitianos en Haití, y los dominicanos en la República Dominicana. Ellos allá, nosotros aquí. Cada quien, en su lugar, hermanados por las circunstancias históricas, pero al mismo tiempo, separados por ella. 

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