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Por JUAN T H

Altice

La historia de Formosa o Taiwán, como la de muchos se los países pequeños de todo el mundo, es la historia de las luchas entre imperios que se disputan su control por razones políticas  estratégicas, por sus riquezas naturales renovables y no renovables, como navales. Taiwán no ha escapado nunca a esta situación que le ha costado, a lo largo de toda su historia, miles de muertos.

Tal vez Japón haya sido el país que más ha incidido en la cultura de la isla, incluso más que China continental, por el dominio que mantuvo durante muchos años, hasta poco después de la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial, cuando se produce su rendición tras el lanzamiento de las únicas bombas nucleares que se han lanzado en el mundo, de parte de Estados Unidos, sobre Hiroshima y Nagasaki, produciendo, en apenas minutos, cientos de miles de muertos. Pero esas, son otras historias…

La guerra civil china terminó en 1949 con el triunfo del Partido Comunista Chino, bajo la dirección de Mao Tse-Tung, que ocupó gran parte del territorio continental, obligando al Partido Nacionalista a refugiarse en Taiwán, bajo el mando del general Chiang Kai-shie, desde 1949 hasta su muerte en 1957.

La República Popular China se propuso, tan pronto triunfó la revolución, recuperar todo su territorio. Lo hizo con Hong Kong, que durante cien años fue colonia británica, hace ya 25 años. Lo mismo con Macao, que fue colonia portuguesa, como lo fue Taiwán en su tiempo cuando fue bautizada como Formosa, bajo el principio, “dos países: un solo Estado”.

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China ha dicho que Taiwán le pertenece, que forma parte de su territorio, que la división que los separó (la revolución civil de 1949) terminó hace muchos años, que los chinos de Taipéi, su capital, son tan chinos como los de Pekín. Taiwán está frente a las cosas de China, no de Estados Unidos, que se encuentra a muchas millas del país asiático.

¿Qué hace Estados Unidos interviniendo en los asuntos internos de la República Popular China, un país con el cual mantiene relaciones diplomáticas desde  1978 cuando decidió romper sus relaciones precisamente con Taiwán, país donde invirtieron, junto con las demás potencias europeas, cientos de miles de dólares para impedir el desarrollo y crecimiento de China Popular?

En todo el mundo 186 países tienen relaciones diplomáticas, armoniosas y respetuosas, con China reconociendo el principio de una sola China, según consta en la resolución 2758 de las Naciones Unidas, de 1971. La República Popular China es indivisible.

Hoy día solo 8 países, pobres y atrasados del mundo, mantienen relaciones diplomáticas con Taiwán. Su aislamiento del contexto universal es casi absoluto.

China no tiene prisa. Sabe que más tarde o más temprano Taiwán caerá por su propio peso como parte de su territorio. La fuerza de la gravedad terminará sumándose a sus orígenes.

Bajo ningún concepto la República Popular China puede permitir que en sus costas Estados Unidos mantenga una amenaza permanente, creyendo, como lo cree, que China es el principal enemigo, que potencialmente tiene Estados Unidos. Y mientras más tiempo pase, será más inminente el peligro. El interés de Estados Unidos en Taiwán es estratégico, tiene que ver con la visión del coloso del norte con relación al que considera su peor enemigo: ¡China!

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La República Popular China no permitirá una “china independiente” en sus costas, como Rusia no puede permitir bases militares en Ucrania, como Estados Unidos no permitió los misiles de la Unión Soviética en Cuba en el año 1962, que casi provoca una Tercera Guerra Mundial.

Estados Unidos se ha dado cuenta tarde que el mundo cambió, que no puede continuar imponiendo su voluntad en el resto del planeta, que una potencia unipolar ya no es posible, porque han surgido otros actores, más fuertes y poderosos. Insistir en un mundo unipolar es un error, que, como ha advertido el secretario general de las Naciones Unidas, Gueterres, “el mundo está jugando con un arma cargada”. Y no es de salva, digo.

Estados Unidos continúa en guerra con el mundo; China no. Al contrario, el gigante asiático está construyendo la “ruta de la seda”, es decir, está construyendo un mundo de paz sin intervenir militarmente en ningún país de del mundo, marcando una diferencia del cielo a la tierra. Mientras Estados Unidos destruye y mata, China construye y garantiza la vida.

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