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“Usa la cabeza”: la frase se repite una y otra vez a lo largo de nuestras vidas a modo de consejo o, incluso, de regaño.

Altice

Es que la sociedad actual gira en torno al cerebro y su poder.

Le llaman “una maravilla insondable, la estructura más compleja del universo”, escribe la periodista científica Annie Murphy Paul en su reciente libro “Mente extendida: el poder de pensar fuera del cerebro” (Extended Mind: The Power of Thinking Outside the Brain).

“El cerebro es realmente asombroso”, le dice a BBC Mundo, “pero también es muy limitado”.

Por eso, Murphy Paul asegura que usar el cerebro demasiado no nos hace más inteligentes, sino todo lo contrario.

¿Por qué “usar la cabeza” no siempre es lo más inteligente que uno puede hacer?

La frase “usa la cabeza” encapsula una actitud hacia el pensamiento con la cual la mayoría de nosotros crecimos y que incorporamos, pero creo que es problemática.

Asume que pensar sucede aquí arriba (se toca la frente) y que, para solucionar un problema, aprender algo nuevo o generar una nueva idea, debes trabajar más duro con la cabeza.

En este sentido hay una metáfora muy extendida del cerebro como un músculo, que indica que cuanto más lo ejercitas, mejor funciona.

Pero, el cerebro por sí solo es bastante limitado e inestable. No es una máquina pensante multiuso y todopoderosa.

De hecho, este órgano evolucionó para hacer ciertas cosas y no son las cosas que le pedimos que haga en nuestras vidas modernas, como pensar en conceptos abstractos o en teorías contrarias a la intuición y absorber toda esta información todo el tiempo.

Por ende, decir “usa la cabeza” en verdad es encerrarte en una caja y aislarte de una cantidad de estrategias extraneuronales.

¿Cómo diste con estas áreas de investigación neurocientíficas que van más allá del paradigma cerebrocentrista que predomina en la actualidad?

Si bien existe este acercamiento predominante hacia el pensamiento que se centra en el cerebro, siempre han habido líneas de investigación que no confirman esta idea.

Son áreas sólidas y sustanciales que llevan décadas, pero que están fuera de la corriente principal.

Se trata de áreas de investigación como la cognición corporeizada —que pensamos con nuestros cuerpos—, cognición situada —que el lugar donde estamos afecta a cómo pensamos— y cognición socialmente distribuida —la idea de que pensar ocurre a lo largo de grupos de personas—.

Dado que investigo y escribo sobre aprendizaje y cognición, estaba muy intrigada por estas áreas. Me parecía que estaban relacionadas, pero no estaba segura de cómo unirlas.

Entonces, un día encontré un artículo de los filósofos Andy Clark y David Chalmers sobre la mente extendida, donde proponen esta idea de que el pensamiento no solo ocurre en nuestra mente, sino que se extiende por nuestros cuerpos, espacios, relaciones, dispositivos y herramientas que usamos.

Eso me brindó la gran idea de unir estos cuerpos de investigación que sugieren que centrarse solo en el cerebro es una perspectiva muy limitante.

¿Podrías dar ejemplos de estudios y hallazgos vinculados a la cognición corporeizada, la cognición situada y la cognición socialmente distribuida?

En cuanto a la cognición corporeizada, un área de investigación muy interesante es la de los gestos y cómo usamos nuestras manos cuando hablamos y pensamos.

La noción cerebrocentrista sugiere que todo el pensamiento ocurre aquí arriba (se vuelve a tocar la frente) y que tus manos simplemente se mueven como una suerte de entretenimiento secundario.

Pero en realidad las investigaciones en cognición corporeizada y gestos muestran que los movimientos de nuestras manos en verdad son parte del proceso.

Se retroalimentan: los movimientos de nuestras manos informan lo que estamos pensando y lo que estamos pensando se expresa en nuestras manos.

Por eso, cuando no se le permite a la gente mover las manos, hablan menos fluido, piensan menos claro y son menos capaces de resolver problemas.

En cuanto a la cognición situada, hay una gran cantidad de investigaciones sobre cómo estar al aire libre en la naturaleza afecta nuestro pensamiento.

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La teoría principal se llama teoría de la restauración de la atención. Es la idea de que, como los seres humanos evolucionamos en la naturaleza, nuestros cerebros procesan los estímulos que encontramos allí de forma fácil y eso nos resulta muy refrescante y revitalizador.

En la naturaleza, por ejemplo, no hay bordes puntiagudos ni muchos movimientos rápidos y los sonidos suelen ser suaves. Es muy distinto a un entorno urbano o al interior de una construcción.

Entonces, pasar tiempo al aire libre en la naturaleza es como volver a llenar el tanque de atención y de las habilidades que te permiten enfocarte y concentrarte.

Pensamos tanto en cómo administramos o gastamos nuestra atención y olvidamos que tenemos que recargar y refrescar regularmente esta capacidad.

Por último, está la cognición socialmente distribuida. Existe el mito de que los genios y las personas muy inteligentes logran todo por sí mismos y no es así, especialmente en el mundo actual.

Hoy en día la información es tan abundante, existe tal nivel de especialización y nuestros problemas o desafíos son tan complejos que tenemos que crear algo así como una mente colectiva donde la gente se una, colabore y piense junta.

Uno de mis ejemplos favoritos es el de la memoria transactiva. Nadie puede saberlo todo, pero cuando tienes un grupo de personas, cada una tiene una especialidad y sabes cuál es, entonces puedes multiplicar cuánta información y cuánta memoria tienes como colectivo.

Es una forma social de expandir nuestra capacidad mental al ir más allá de nuestro propio cerebro.

En tu libro das consejos prácticos sobre cómo implementar muchos de estos hallazgos. ¿Hay alguno en particular que te guste o te haya servido más?

Una cosa que aprendí al escribir el libro y que ahora pongo en práctica es la llamada descarga cognitiva, que es la idea de que hacemos demasiado en nuestras cabezas.

Tratamos de que toda la información, todas nuestras ideas y todas las conexiones que estamos haciendo entre esas ideas se mantengan en nuestras cabezas. Esa, en realidad, es una estrategia ineficiente e ineficaz.

Lo que debemos hacer es descargar el contenido de nuestra cabeza en el espacio físico. Puede ser en la computadora, una pizarra o, mi favorito, en muchos Post-it.

Es que nuestros cerebros evolucionaron para hacer ciertas cosas con mucha facilidad y bien. Por ejemplo, evolucionaron para manipular objetos físicos y navegar a través de paisajes tridimensionales.

Pero no lo hicieron para lidiar con conceptos abstractos y teorías contrarias a la intuición, como decía antes.

Así que cuanto más puedas convertir ideas e información en objetos o paisajes, mejor. No es lo mismo mantenerlo dentro de nuestras cabezas que tenerlo escrito en hojas y poder poner en juego los recursos extraneuronales.

También das ejemplos de artistas, científicos y autores famosos que piensan con el cuerpo, los espacios y las relaciones: ¿alguno te gustó o sorprendió particularmente?

Una historia en la que pienso mucho es la de James Watson, el codescubridor de la estructura del ADN.

A veces nos parece que los científicos son estos genios que de golpe se iluminan. Pero lo que hizo Watson para descifrar algo tan complejo como la estructura de doble hélice del ADN fue cortar pedazos de cartón y hacerlas encajar.

Es casi como una estrategia de jardín de infantes. Y es que a los niños les permitimos que jueguen y aprendan manipulando bloques y otros objetos.

Sin embargo, tenemos la idea de que, a medida que uno crece y se convierte en adulto, debe dejar esas cosas de lado y simplemente pensar con la cabeza.

La historia de Watson es una gran demostración de cómo eso no es cierto.

Incluso es posible que él no hubiera podido descifrar la estructura del ADN sin manipular objetos concretos que le ayudaran a pensar.

¿Por qué crees que es importante explicar las limitaciones del cerebro?

Creo que es muy importante porque en los libros, programas de televisión y todo tipo de presentaciones científicas nos dicen que el cerebro es asombroso, que es el objeto más complejo del universo.

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Y el cerebro es realmente asombroso, pero también es muy limitado. Y esos límites son universales e inherentes al organismo. No tienen que ver con las diferencias individuales ni con lo inteligentes que somos.

Entonces, la gente escucha todo el tiempo sobre lo maravilloso que es el cerebro en general, pero luego su propio cerebro los decepciona. Por ejemplo, olvidan cosas, no pueden concentrarse o no pueden mantenerse motivados.

En este sentido es realmente útil recordar que esos son límites que están integrados en el cerebro como órgano biológico evolucionado.

Por ejemplo, el cerebro está hecho para distraerse porque, en la situación en la que evolucionamos, las distracciones podían significar una oportunidad o una amenaza. Era muy importante distraerse en el sentido de prestar atención a cualquier cosa nueva o sorprendente que se presentara en nuestro entorno.

Así que no deberíamos ser demasiado duros con nosotros mismos cuando intentamos trabajar, pero nos distraemos todo el tiempo.

Una forma de aplicar aquí la descarga cognitiva sería protegernos de las distracciones con paredes, con un espacio privado para trabajar.

El cerebro tampoco está diseñado para recordar las cosas exactamente como pasaron. Esa es otra razón por la que, siempre que sea posible, deberíamos descargar las cosas que necesitamos recordar en una agenda, calendario o cuaderno.

Así liberamos ancho de banda mental para hacer lo que el cerebro humano hace realmente bien; por ejemplo, imaginar y planificar, que son capacidades cognitivas superiores.

En tu libro afirmas que el paradigma “cerebrocentrista” no puede resolver los “desafíos sin precedentes de nuestra sociedad”. ¿Por qué?

Es posible argumentar que en realidad hemos alcanzado los límites del cerebro biológico, que lo estamos haciendo trabajar al 100% de su capacidad.

Los seres humanos nunca han vivido en un entorno con tanta información y conviviendo con problemas de vida o muerte que son increíblemente complejos. Un ejemplo es el cambio climático.

Por eso, para enfrentar el momento y resolver los problemas que tenemos frente a nosotros, la única opción es aprender a ir más allá del cerebro y encontrar estos recursos que pueden aumentar su poder, porque el cerebro biológico simplemente no está a la altura del trabajo.

Es importante destacar que ya estamos aplicando muchas de estas estrategias, pero no lo hacemos intencionalmente. Necesitamos aprender a utilizarlas de forma consciente y hábil.

Para eso debemos adquirir una especie de segunda educación, porque nuestra primera educación estaba muy centrada en cómo usar el cerebro.

De hecho, veo a los maestros cada vez más interesados en ello porque son quienes más se dan cuenta de los límites del modelo actual.

¿Qué es la “desigualdad de extensión”, concepto que abordas en tu libro?

Este es un tema muy importante para mí, algo que mientras escribía el libro, me golpeaba en la cara.

Pensamos en la inteligencia como esta cantidad fija en nuestra cabeza, como un bulto en nuestra cabeza que es más grande o más pequeño, y que podemos medir para luego clasificar a las personas de acuerdo con lo inteligentes que son.

Pero si lo inteligentes que somos depende tanto de estos recursos externos, de lo bien que podemos y sabemos usarlos, pero también de si están disponibles para nosotros o no, entonces esta idea de que la inteligencia es algo inherente, fijo e innato simplemente no tiene ningún sentido.

Es dependiente de la accesibilidad de estas extensiones mentales, las cuales no se distribuyen equitativamente.

La gente no tiene el mismo acceso o la libertad para mover el cuerpo, a espacios verdes, a lugares tranquilos para hacer su trabajo o a redes de mentores y docentes que puedan ayudarlos con su pensamiento, por citar algunos ejemplos.

Entonces creo que una vez que empiezas a pensar de esta manera, la desigualdad de extensión se vuelve realmente difícil de ignorar o de negar.

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