VISIÓN GLOBAL
La resistencia de muchos jóvenes a aplicarse la vacuna contra la COVID-19 a escala global no debe extrañarnos, pues la juventud siempre ha sido escéptica en todas las etapas de la humanidad y se niegan a aceptar los cambios que no sean motorizados por su generación.
Lo fuimos nosotros cuando quemamos esa etapa de razonamiento tapado, duda irracional, miedo a lo desconocido y rebeldía sin control, pero al mismo tiempo cabeza caliente y exponentes de una intrepidez cercana a la temeridad.
Por ello nada nuevo hay en su comportamiento antivacunas, lo cual debe asimilarse en el contexto de una edad que está muy próxima a la niñez, cuando se pregunta todo con un largo encadenamiento de porqués—uno tras otro sobre cada cosa respondida—, sin necesariamente dejar satisfechas esas interrogantes.
La renuencia de los más jóvenes a aplicarse la vacuna hay que situarla, por igual, en una nueva realidad comunicativa, cuando el mundo tiene un exceso de información, pero que, al mismo tiempo, está sobrepoblado de desinformación, manipulación, medias verdades y mentiras enteras.
Y son precisamente los más jóvenes el terreno fértil para la proliferación de ese fenómeno pautado por la posverdad, en razón de que son los más asiduos a adentrarse en los mecanismos de exploración del infinito ecosistema que la internet y sus ramificaciones las redes sociales.
En este marco resulta altamente probable que fallen los mecanismos convencionales de persuasión, por lo que cabría ensayar cuestiones de otra índole para atraer a los jóvenes a la vacunación, ya que además del miedo infundido con todos los disparates que se cuelgan en las benditas redes sociales, los muchachos tienen la certeza de que rebasarán el coronavirus sin ninguna consecuencia.
Es lo que reportan las estadísticas, pero también hay cifras preocupantes sobre graves repercusiones del virus en jóvenes aficionados al consumo de sustancias nocivas, como las que introducen en las llamadas “hookas”.
Así las cosas, corresponde a las autoridades poner en práctica esa necesaria creatividad con el concurso de los mismos muchachos. Si estuviese en condiciones de decidir, ya habría emitido una directiva oficial que haga obligatoria la vacuna, mediante el requisito de que se daba presentar la tarjeta de inoculación para poder realizar la mayoría de los actos ciudadanos. Pero no tengo ese poder.
Mientras tanto, hemos regresado a niveles de incidencia de coronavirus que habíamos rebasado, lo que ha obligado al presidente de la República a adoptar nuevas restricciones que buscan detener los contagios.
Supongo que de seguir como marcha la irresponsabilidad colectiva, el jefe del Estado acabará por cerrar totalmente. ¿Es eso que queremos?
Por Nelson Encarnación