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NAIARA GALARRAGA GORTÁZAR

Altice

São Paulo.- Si alguien esperaba que al abandonar la cárcel el expresidente Lula da Silva se echara inmediatamente a la carretera a hacer campaña (aunque sus dos condenas le impiden ser candidato), tendrá que esperar. Recientemente dijo que hará una gira por Brasil a partir de enero pero no ha precisado fechas ni ruta. Tampoco ha revelado por ahora qué día se casa. Desde su excarcelación, el 8 de noviembre, dosifica cuidadosamente su presencia pública. A sus 74 años, se le ve en forma. Se ha dado un par de baños de masas, ha protagonizado un puñado de actos de su partido, ha concedido algunas entrevistas, ha presentado la segunda edición de su libro La verdad vencerá, para insistir en que sus condenas a 25 años de cárcel por corrupción no son más que una persecución política y ha vivido una operación policial contra uno de sus hijos, sospechoso de recibir sobornos. El resto del tiempo lo ha dedicado a descansar, a su familia y a la mujer que se convertirá en breve en su tercera esposa.

El viernes de diciembre que el Partido de los Trabajadores de Brasil inauguró su congreso en São Paulo la silla central del escenario estuvo vacía durante buena parte del acto. A nadie pareció importarle que empezara con más de una hora de retraso. Minucias para una militancia que llevaba 19 meses esperando a que Lula da Silva, que hizo historia al convertirse en el primer obrero que alcanzó la presidencia de Brasil, recuperara la libertad. Gobernó el gigante americano durante dos mandatos, de 2003 a 2010. Con americana, como siempre, entró al escenario como una estrella. Saludó a las primeras filas como un rockero, repartió abrazos, posando con banderas y poses diversas deleitó a los fotógrafos (incluido el que le sigue a todas horas desde hace años), tocó una trompeta que alguien le acercó y expresó emocionado —Lula es de los que se emociona a menudo— su agradecimiento infinito a sus seguidores, a sus abogados, a su familia, a su novia… y desapareció.


Solo regresó dos horas largas después para por primera vez en su vida, dijo, leer un discurso escrito. Quizá sin querer, pero aquella silla vacía simboliza bien el papel central y omnipresente de Lula en la izquierda brasileña incluso cuando está ausente.

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Durante todo el evento, su novia, Rosangela da Silva, permaneció en el centro del escenario, rodeada de veteranos dirigentes y potenciales aliados del partido, sentada a la derecha de la silla vacía con un vestido rojo —en un tono más apagado que el rojo PT—, gafas de pasta y un collar multicolor.

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El expresidente Lula da Silva junto a su prometida Rosangela da Silva. CARL DE SOUZA AFP

Están constantemente pendientes el uno del otro. La socióloga, militante del partido, acompaña a todas horas al exmandatario. Pero que nadie espere toparse por la calle al brasileño más famoso del mundo, futbolistas al margen. Lula, que se mueve con varios fornidos guardaespaldas, no va de restaurantes ni pasea por parques o playas hace ya muchos años. Dice que lo hace para minimizar riesgos. Es perfectamente consciente de la importancia de la imagen, de ahí el fotógrafo personal que le sigue a todas horas, y tiene un control absoluto de sus apariciones. Adora rodearse de seguidores pero siempre en ambientes extremadamente controlados. La pareja se enamoró durante las visitas mientras Lula estaba preso en un recinto especial construido para él en la sede de la policía en Curitiba, la ciudad epicentro del megacaso Lava Jato que ha revolucionado la política de medio continente y que se convirtió en trampolín profesional de Sergio Moro, que como juez condenó a Lula y hoy es ministro de Justicia y, muy a pesar del expresidente, el político más popular de Brasil.

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Agradecimiento
Probar su inocencia es la gran misión a la que el antiguo mandatario dedica buena parte de su energía. Es el eje de sus intervenciones, en las que Moro es el gran villano, aunque evidentemente no pierde ocasión de criticar al presidente Jair Bolsonaro. El pasado 19 de diciembre protagonizó un acto en Río de Janeiro de agradecimiento al mundo de la cultura, momento que aprovechó para acusar a su sucesor de emular a los nazis con sus ataques a la cultura. Según el ultraderechista, el mundo artístico está dominado por rojos afines al PT y por eso está empeñado en darle un giro radical. Ante unos 2.500 fieles, el izquierdista Lula proclamó: “No se desanimen, estamos juntos. Un país que dio al mundo el samba, el cinema novo, la bossa nova, el tropicalismo, el teatro del oprimido y la arquitectura de Oscar Niemeyer no se arrodillará nunca ante nadie”. Aunque buena parte de los grandes de la cultura brasileña participaron en las campañas en demanda de su libertad (desde el músico Chico Buarque hasta el fotógrafo Sebastião Salgado), no acudieron a Río a arroparle en persona.

Asegura Lula que habrá boda en cuanto tengan tiempo. Ella se convertirá en su tercera esposa. Lula enviudó de Marisa Leticia en 2017, cuando la madre de sus hijos sufrió un derrame cerebral a los 66 años. Su primera esposa falleció por una negligencia médica cuando estaba embarazada.

A diferencia de Lula, que no pierde ocasión de hablar de su novia en público, ella se muestra discretísima en persona. Desde su perfil en Twitter JanjaLula proclama sin embargo su pasión con hashtags como #nuestroamornosfortalece.  elpais.com

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