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JUAN T H

Altice

Este es uno de esos días –me pasa con mucha frecuencia- en que no quiero escribir; uno de esos días en que uno no encuentra las palabras adecuadas para describir lo que yo, su amigo por más de 30 años, siento en mi corazón de vellonera donde se encuentran sus canciones favoritas, para llorar la partida de Alberto Cortez, un artista universal en la voz, en el piano, en la guitarra, en la poesía y el canto. ¡Uno grande entre los más grandes!

¿Será –me pregunto-? Porque no siempre las palabras están a la mano o porque no siempre describen lo que entristece la muerte de un amigo que se va sin avisar, como si se tratara de un “hasta luego”, o un “nos vemos más tarde” en el cafetín de la esquina, donde cantaremos su última copla que por ser copla es de todos y después borrachos nos iremos a escuchar la canción de cuatro minutos que terminará mil años después cuando desaparezca su recuerdo.

Cuando el doctor José Ramírez me escribió para informarme la muerte de Alberto no me sorprendió. De hecho esperaba un desenlace fatal más temprano que tarde. Sabía que no lo volvería a ver, que nos despedimos para siempre en Gran Teatro de Santiago cuando actuó con Pablo Milanés y hablamos en el camerino por más de una hora.

Me dieron ganas de llorar, pero me llegaron sus canciones y me asaltaron el sentimiento. Las melodías de “cuando un amigo se va”, “en un rincón del alma”, “como el primer día”, “como la marea”, “mi árbol y yo”, “te llegará una rosa”, “cuando un amigo se va” , “no soy de aquí”, “para ser un pequeño burgués”, “castillos en el aire”, “a mis amigos”, “que suerte he tenido de nacer”, “callejero”, “miguitas de ternura”, “pobrecito mi patrón”, “los demás”, “el abuelo”, “alma mía”, “Sidra y Chatila”, “la vejez”, “el vino”, “elegía”, “el amor desolado”, “un cigarrillo, la lluvia y tú” que compuso cuando apenas tenía entre diez y doce años de edad, entre muchas otras, se me atropellaron en la garganta. Y empecé a cantar desafinado y torpe “alma mía” que tanto describe mis estados de ánimos.

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Definitivamente no era un día para escribir. Estaba pesimista como casi siempre, pensando en la situación política del país y el rumbo cada vez más peligroso que transita por las ambiciones desproporcionadas de los dirigentes del partido oficial, principalmente que convierten el proceso electoral cada vez más difícil y complejo.

Muriendo la tarde, sentí que la dictadura constitucionalizada de Danilo Medina y el PLD se afianzaba con la “elección” –vaya burla- de los nuevos integrantes de la Suprema Corte de Justicia dejando fuera, como era previsible, a la magistrada Mirian Germán, a quien atropellaron inmisericordemente como si fuera una vulgar delincuente sin que sus compañeros –hombres y mujeres- salieran a defenderla con un espíritu de cuerpo.

Guillermo Moreno, de Alianza País, en la emisora Súper 7 en la tarde se preguntaba, con cierto dejo de tristeza y rencor necesario, si los dominicanos habrán luchado tenazmente por más de 30 años contra la dictadura de Trujillo, luego contra sus remanentes, que fue capaz de hacer una revolución como la del 65 que terminó con una invasión yanqui y la imposición durante 12 años del doctor Joaquín Balaguer para la persecución, deportación, apresamientos, torturas y asesinatos a mansalva de cientos de jóvenes revolucionarios constitucionalistas, para llegar a lo que estamos viviendo hoy día. ¿Habrá valido la pena tanta sangre, tantas muertes, tanto luto, tanta desolación y sufrimiento para llegar a una dictadura constitucionalizada donde no existe institucionalidad, ni respeto por la Constitución y sus leyes adjetivas?

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Esa interrogante me la hago todos los días mientras veo como el país se nos va de las manos; como la corrupción y la impunidad caracterizan al Partido de la Liberación Dominicana. ¿Tanto sacrificio para volver cien años atrás en términos democráticos?

Por esas razones no quería escribir. Por la angustia. Y me preguntaba si valdría la pena decir lo ya dije esta semana y repetido semanas, meses y años anteriores. No hay salida viable si la oposición no recupera la acción revolucionaria de las masas, no habrá cambio político en el país. El PLD está estrechando el círculo dejando a la oposición sin opciones democráticas. Si no es con votos, porque no es posible, habrá que utilizar otros métodos.

Pero me llegó la noticia de la muerte de Alberto Cortez como “un rayo”, parafraseando al poeta César Vallejo, partiendo en dos mi humanidad. Y por un momento, solo por un momento, olvidé que vivo en “un país de mierda” y me sumergí en la impronta artística de mi buen amigo Alberto Cortez.

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