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HECHOS PUNTUALES

Altice

Por Tony Espinal      

Algunos de los Presidentes de la República se han autodefinido, regularmente a principios de sus gestiones, como luchadores por convicción e implacable en contra de la reelección presidencial. Por supuesto, conviniendo de esta manera con el texto Constitucional que así lo prohíbe.  Sin embargo, cuando el tiempo acerca la culminación de sus mandatos desdicen y se contradicen semánticamente inducidos por la rémora reeleccionista.

No hay dudas, se incineran y fríen en sus propias cenizas retóricas reeleccionistas. Reitero, se contradicen ex profeso de   la reelección presidencial. Lo que se recuerda como expresiones manejadas con el propósito de mantener pasiva la efervescencia política y engatusar a los electores incautos en su oportunidad.  Las mismas son, periódicamente, esgrimidas por considerables figuras que ocuparon la jefatura del Estado y aún en la actualidad se mantiene la misma actitud.

Desde luego, la elocuencia engañifa, en otras latitudes, es tomada en cuenta y debidamente sancionada y castigada. Cabe añadir que,   en nuestro entorno, antiguamente, decir hombre de palabra era sinónimo de caballero correcto, responsable, garante y fiador de la misma.

Por consiguiente, esta conducta honorable y digna quedó en el pasado. Es decir, se ha producido un ahorcamiento y estrangulación de los buenos hábitos y de la costumbre bienhechora.  De ahí que, hoy, las personalidades varían de criterio como el camaleón cambia de color o como el sapo cambia los ojos. Además, en nuestro hábitat hay animales anfibios, sapo grandísimo, que viven de la política. En líneas generales, se trata de la demagogia y de la degeneración política que constituyen la senda y la vía más expedita y despejada de gente sin moral prefijada para aterrizar en la falsedad, el antifaz y el fingimiento conceptual.    Estas les sirven de acicate para la consecución de metas oscuras y tenebrosas en desmedro de la sociedad.

En efecto, estos cambios repentinos e insospechados les han servido en incontable plataformas para prolongar, con gran efectividad y a qué precio, su estadía en la silla de alfileres que pregonaba el artista de Navarrete.

Visto los hechos, esa conducta ha dejado como huellas indelebles e indestructibles en la percepción de los ciudadanos la penosa y deplorable imagen de políticos carentes de reciedumbre y firmeza moral. Así pues, el afán de mantenerse en la jefatura del Estado los ha conducido a la incoherencia e incongruencia verbal. Incluso, esa cháchara y palabrería contraviene y quebranta la calidad semántica. Esto último implanta una mala imagen   por tratarse de hombres de Estado.

A propósito de lo dicho, verbigracia, el doctor Jesús de Galíndez, en su tesis doctoral, La Era de Trujillo, donde describe el ambiente político tétrico que vivió el país a partir del año 1931. En ese año, dice el autor que surgió con fuerza un rumor de una posible   reelección presidencial del Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo Molina. El mismo escritor alude al periódico Listín Diario del 28 de agosto de 1931 donde adelanta que, según fuentes autorizadas, Trujillo anunciará pronto que no irá a la reelección del año 1934. De ahí que, el 7 de septiembre el propio Presidente, Trujillo Molina, lanza un manifiesto   desde Azua en el que confirma solemnemente ese rumor:

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“El principio de la no reelección, que cada día parece tener mayor ambiente en la conciencia pública, se aviene a mi ética de gobernante, y yo sabré sostenerlo con la firmeza de mis profundas convicciones aun cuando, sin sugerencias de ninguna clase de parte del gobierno que dirijo, el pueblo pidiese por acto de su libre voluntad, mi continuación en el poder”, expresó el tirano sancristobalense.

Igualmente, Trujillo declinó ser elegido candidato presidencial para el año 1938. El hombre que gobernó con manos de hierro el país hizo uso de argumentos propios y característicos del eufemismo y disfraz. El brigadier, citado por el autor anterior, dijo que: “Comenzaré formalizando una categórica reafirmación de los propósitos, ya de tiempo atrás revelados en reiteradas ocasiones, de despojarme de las investiduras oficiales para volver a disfrutar el apacible descanso de la vida privada”.

De la misma forma, el doctor Balaguer prolongó, en los 12 años, el estilo de su padre político, el supuesto benefactor de la patria. Pero, por razones de espacio prescindiré esta parte importante de la historia. En lo adelante me limitaré escuetamente a la declaración relativa a la reelección.

Al respecto, el doctor Joaquín Balaguer prometió en 1970 que no buscaría la reelección presidencial, a saber, el tercer mandato consecutivo. En ese sentido, el abogado de Navarrete prometió: “ser el último gobernante dominicano que se sucediera en el ejercicio del poder a sí mismo”. El viento se hizo cargo de esta promesa hueca y vana. Por el contrario, en un discurso televisado el 29 de marzo de 1974 anunció su postulación alegando que “se había visto obligado a variar su promesa debido a que la oposición no aseguraba una transformación dentro del orden y la ley”. En efecto, no queremos recordar esa transformación que, en el marco del orden y la ley, impuso Balaguer a sangre y luto a la sociedad dominicana.

Asimismo, con la misma similitud de pensamiento reeleccionista, el Guapo de Gurabo tan pronto resultó electo presidente de la República en el 2000, no quería que le hablaran de reelección. Y cuando alguien osaba tocar el tema reaccionaba indignado y molesto con expresiones de desprecio a la reelección presidencial y siempre decía: “no me hablen de esa vaina, maldita reelección”, entre otras. Sin embargo, cuasi concluyendo su gestión terminó promoviendo y promulgando una reforma constitucional que le facilitó la postulación para el período 2004-2008.

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De modo semejante, se expresó Danilo Medina, quien coincidió plenamente con el doctor Balaguer y el ingeniero Hipólito Mejía en lo concerniente a los planteamientos favorables a la reelección presidencial. Medina, más expresivo y abundante que los dos ex gobernantes anteriores.  Y en cierto modo, se le fue la mano en su pronunciamiento anti reeleccionista. El Presidente fue diestro y suelto en afirmar como un juramento vacio lo que sigue: “no hay manera de que un presidente busque la reelección sin que sus funcionarios no terminen abusando de los recursos públicos”.

Más aún, “mi temor es que si lo hacemos el partido se va a destruir y si lo hace el presidente debe estar en capacidad de tragarse un tiburón en descomposición sin eructar y, además, tiene que tirar en el zafacón todos los escrúpulos si quiere ganar la reelección.”

De las expresiones manifiestas del Presidente se infiere que, en ese momento de inicio de su primer gobierno, lucía absolutamente convencido de que no aspiraría a un segundo mandato.  Alegaba que “en el caso mío, mi opinión es que este país todavía no está preparado para una reelección porque tenemos una democracia muy débil.”   Advirtió que tal vez en 20 años cuando pasen 4 ó 5 gobiernos estarían proporcionadas las condiciones para la reelección presidencial.

También afirmó que, “Por eso no tengo interés en reelegirme, solo quiero un período de 4 años y nada más ni un día más y no vuelvo en períodos intercalados.” Este pronunciamiento es hijo de un neófito Jefe de Estado.  Aún no había degustado ni aprobado lo dulce y adherente que resulta la Presidencia de la República.  Inclusive, no tenía el tiempo prudente para sentirse ebrio de poder.

A fin de cuentas, el tiempo se ha encargado de descifrar e interpretar mejor el pensamiento de los inquilinos del Palacio Presidencial.  Y que mejor forma de aclarar y precisar las posiciones contradictorias de esos Ejecutivos que aludiendo, como tónico espiritual, de conocimiento y comparación semántica, al libro Rimas y Poemas de uno de los escritores más célebres del Romanticismo español del siglo XIX. Desde luego, me refiero a la mentada expresión de Gustavo Adolfo Bécquer, sensible por excelencia, quien en su obra nos legó que “Los suspiros son aire y van al aire. Las lágrimas son agua y van al mar. Dime, mujer, cuando el amor se olvida ¿sabes tú adónde va?”

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